En el Evangelio de hoy, Leví, el recaudador de impuestos, se encuentra con Jesús y se hace cristiano en pleno ejercicio de su profesión “mundana”.
En todas las profesiones se puede seguir fielmente a Cristo como creyente y discípulo. No pensaban así los fariseos, que le reprocharon al Señor que comiera “con publicanos y pecadores.” Para los fariseos, ciertos oficios eran incompatibles con la rígida religiosidad judía, porque impedían observar el sábado y otras leyes.
Para Jesús no hay profesiones que impidan el discipulado cristiano. Lo que lo obstaculiza es creerse justo y sano, o sea, no sentir necesidad de la salvación. Cristo vino a salvar y sanar a los pecadores, los enfermos, y lo hace pasando tiempo con ellos, sin excluirlos, ni condenarlos.
Así se cura el mal interior del ser humano. La paciencia, la misericordia y el perdón son los remedios que curan el alma. Presentándose como médico, el Señor pareciera decirnos que la conversión más difícil es la del que cree que no comete pecados.
En la Iglesia, hoy el Señor actúa por medio de su Palabra y los Sacramentos. La Palabra de Dios, que es el Verbo Encarnado, penetra en el corazón, lo ve cabalmente, lo juzga y, si hay arrepentimiento, lo sana.
Así lo vemos en el episodio que leemos hoy en el Evangelio. La llamada de Leví es una muestra clara de la fuerza de la Palabra de Dios. Al ser llamado, Leví cambia su nombre por el de Mateo, y habiéndose llenado del Espíritu Santo en Pentecostés, se dedica a llevar la buena nueva de la salvación al mundo; también escribe el libro que conocemos como el Evangelio según San Mateo.
Pero conviene recordar que Leví no hizo nada especial para que Jesús lo llamara, lo cual pone de relieve la total gratuidad del amor divino de Cristo: no hay mérito alguno, ninguna preparación por parte del elegido. No todos somos llamados a ser apóstoles, pero si tú, hermano, sientes un profundo deseo de conocer más la verdad de Cristo, estudiar la vida de Jesús y luego compartirla con tus familiares y amigos, ten por seguro que el Señor te está llamando a ser instrumento suyo.
“Amado Señor, te doy gracias por sanarme y salvarme aunque soy indigno, pero tu amor es poderoso y misericordioso. Guíame, Señor, para ser instrumento de reconciliación y curación.”Hebreos 4, 12-16
Salmo 19(18), 8-10. 15
fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros
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