« Entonces se les abrieron los ojos »
Oh Cristo, Maestro, Señor que salvas las almas,
Dios, Señor de todos los poderes visibles e invisibles,
porque eres el Creador de todo lo que hay en el cielo,
y de lo que existe más arriba del cielo, y de lo que está bajo la tierra...
Tu mano lo sostiene todo,
porque es tu mano, oh Señor, este gran poder
que cumple la voluntad de tu Padre,
forja, realiza, crea
y dirige nuestras vidas de modo inexpresable.
Es ella, pues, la que me ha creado a mí también
y de la nada me ha dado el ser.
Y yo, había nacido en este mundo
y te ignoraba totalmente, a ti, mi buen Señor,
a ti, mi creador, ha ti que me has modelado,
y yo estaba en el mundo como un ciego
y como sin Dios, porque desconocía a mi Dios.
Entonces, tú, en persona tuviste compasión de mí, me miraste,
me convertiste haciendo brillar tu luz en mi oscuridad,
y me atrajiste hacia ti, mi Creador.
Y después de haberme arrancado de lo hondo de la fosa...
de los deseos y placeres de esta vida,
me enseñaste el camino, me diste un guía
para llevarme hacia tus mandamientos.
Le seguía, le seguía, sin preocupación alguna...
Mas también, cuando te veía a ti, mi buen Señor,
allí con mi guía y con mi Padre,
experimentaba un amor, un deseo indecibles.
Estaba más allá de la fe, más allá de la esperanza
Y decía: «He aquí que estoy viendo los bienes futuros (cf Hb 10,1),
éste es el Reino de los cielos.
Tengo delante de mis ojos 'estos bienes que ni el ojo vio,
ni el oído nunca oyó hablar de ello'» (Is 64,3; 1C 2,9).
Simeón el Nuevo Teólogo (c. 949-1022)
monje griego
Himno 37
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