Dios desea inmensamente darse a nosotros
Una de las más grandes revelaciones que nuestro Señor nos hizo con su Encarnación, es la del deseo inmenso que Dios tiene de comunicarse con nuestras almas para ser su felicidad. Dios hubiera podido permanecer toda su eternidad en la soledad fecunda de su divinidad una y trina. No tiene necesidad de la criatura, ya que nada le falta a quien, solo, es la plenitud del Ser y la causa primera de todo: “Señor, tu eres mi bien, no hay nada superior a ti” (Sal16,2). Pero habiendo decidido en la libertad absoluta de su voluntad soberana, darse a nosotros, el deseo de realizarlo es infinito. Podemos estar tentados de creer que Dios puede ser “indiferente”, que su deseo de comunicarse es vago, sin eficacia. Esos son conceptos humanos, imágenes de la debilidad de nuestra naturaleza, frecuentemente inestable e impotente. (…)
En esto, como en todo lo que concierne nuestra vida sobrenatural, no debemos dejarnos guiar por nuestra imaginación sino por la luz de la Revelación. Es Dios mismo que debemos escuchar cuando queremos conocer la vida divina. Debemos tornarnos hacia Cristo, hacia el Hijo bien-amado que está siempre “en el seno del Padre” (Jn 1,18) y nos revela los secretos divinos. ¿Qué nos dice? Que “Dios amó tanto al mundo que le dio a su Hijo único” (Jn 3,16)¿Por qué? Para que sea nuestra justicia, redención, santidad. (…) Porque Dios nos ama, desea darse a nosotros con amor sin límite y voluntad eficaz.
Beato Columba Marmion (1858-1923)
abad
La humildad (Le Christ Idéal du Moine, DDB, 1936), trad. sc©evangelizo.org
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