Niños y testigos de Cristo
¿Por qué tienes miedo, Herodes, de escuchar que ha nacido un rey? No ha venido para destronarte sino para vencer al demonio. Pero tú no lo comprendes, te atemorizas y montas en cólera. Para hacer perecer al único niño que buscas, te conviertes en cruel asesino de muchos. Ni las lágrimas de amor de las madres, ni el dolor de los padres llorando a sus hijos, ni los gritos y gemidos de los niños, te detienen. Matas a estos pequeños en sus cuerpos porque el miedo mata tu corazón. Y piensas que, si consigues tus fines, podrás vivir mucho tiempo, siendo así que es la vida misma a la que buscas para matar. El que es la fuente de la gracia, a la vez pequeño y grande, acostado en un pesebre, hace temblar tu trono. Realiza su designio a través de ti pero a espaldas de ti. Él acoge a los hijos de sus enemigos y hace de ellos sus hijos de adopción.
Estos pequeños mueren por Cristo sin saberlo; sus padres lloran la muerte de mártires. Cuando todavía no sabían hablar, Cristo les hace capaces de ser sus testigos. Así veis como reina este Rey. Ya entonces libera y da la salvación. Pero tú, Herodes, ignoras todo esto; tú tienes miedo y montas en cólera. Y cuando te enfadas contra un niño pequeño, sin saberlo, te pones ya a su servicio.
¡Qué grande es el don de la gracia! ¿Cuáles son los méritos por los que estos niños han ganado la victoria? No hablan todavía y ya confiesan a Cristo. Sus cuerpos son todavía incapaces de combatir, y ya se llevan las palmas de la victoria.
San Quodvultdeus (¿-?)
obispo de Cartago 437-453
Sermón 2 sobre el Credo; PL 40, 655
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