martes, 7 de diciembre de 2021

COMPRENDIENDO LA PALABRA 071221


El Hijo de Dios viene a nuestro encuentro

Imaginaos la desolación de un pobre pastor cuya oveja se ha extraviado. Por todos los pueblos vecinos se oye la voz de este desdichado que, habiendo abandonado al grueso del rebaño, corre por los bosques y colinas, pasa a través de espesuras y matorrales, lamentándose y gritando con todas sus fuerzas, no pudiendo resignarse a volver sin que haya encontrado su oveja y llevarla al aprisco.

Eso es lo que hizo el Hijo de Dios cuando los hombres, por su desobediencia, se alejaron de la conducta señalada por su Creador; bajó a la tierra y no ahorró cuidados ni fatigas para devolvernos al estado del que habíamos caído. Es lo que todavía hace todos los días con los que se alejan de él por el pecado; les sigue, por así decir, sus huellas, llamándolos sin cesar hasta que vuelven al camino de la salvación. Y ciertamente, si no hubiera actuado así, sabéis bien lo que habría sido de nosotros después del primer pecado mortal; nos sería completamente imposible de volver al camino. Es preciso que sea él quien actúe primero, que nos presente su gracia, que nos persiga, que nos invite a tener piedad de nosotros mismos, sin lo cual nunca se nos hubiera ocurrido pedirle misericordia…

El ardor con que Dios nos persigue es, sin duda, efecto de una misericordia muy grande. Pero la dulzura con que viene acompañado este celo, nos muestra una bondad todavía más admirable. Sin embargo, y a pesar del deseo extremo que tiene de hacernos regresar, no usa jamás la violencia, sino que usa tan sólo los caminos de la dulzura. No veo ningún pecador, en toda la historia del Evangelio, que haya sido invitado a la penitencia por otro medio que el de las caricias y beneficios.


San Claudio de la Colombière (1641-1682)
jesuita
Sermón predicado en Londres ante la duquesa de Cork

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