De pequeños en nuestras tierras acostumbramos jugar a “la escondida”. Se trata de buscar un buen escondite para no ser descubiertos. La astucia está en encontrar la mejor forma de “camuflarnos”, no ser vistos y en el momento oportuno correr y llegar a la meta antes que aquel que nos anda buscando.
De adultos corremos el riesgo de seguir jugando en la vida a “las escondidas”, como si todo se tratase de saber pasar desapercibidos para llegar a la meta sin ser descubiertos.
En el madero de la Cruz, al derramarse la Sangre preciosa del Cordero, nuestra Salvación fue comprada a un alto precio. Ya no necesitamos escondernos para llegar porque además un Defensor, un Divino Abogado, nos fue dado.
Salgamos confiados y caminemos sabiendo que junto al Espíritu Santo el Señor colocó “Su Ángel para que nos cuide y nos guarde en el camino”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario