“A Él se debe que vosotros estéis en Cristo Jesús, el cual se ha hecho para nosotros sabiduría de parte de Dios, justicia, santificación y redención” (1Co 1,30)
¡Oh Sabiduría admirable de Dios, cuán poderosa y brillante es tu voz! Tu llamas sin ninguna excepción a todos los que te desean; haces en los humildes tu morada; amas a los que te aman (Pr 8,17); juzgas la causa del pobre; con bondad, te compadeces de todos. "No odias nada de lo que has creado"; "no tienes en cuenta los pecados de los hombres" y esperas misericordiosamente que se arrepientan (Sb 11,23-24)… Tu que renuevas todas las cosas, por tu bondad, renuévame y santifícame en ti, con el fin de que puedas morar en mi alma… haz que, desde la mañana, vele por ti, con el fin de encontrarte de verdad (Is 26,9; Sg 6,12-14); ven delante mío, para que de verdad te desee con ardor.
¡Qué prudente eres en tus designios! Con qué providencia lo dispones todo, cuando, con vistas a salvar al hombre, le inspiraste al Rey de gloria (Sal. 23,8; 1Co 2,8)… el pensamiento de la paz, el cumplimiento de la caridad: escondiendo su majestad, pusiste sobre sus hombros el momento favorable del amor, con el fin de que él "cargara sobre el leño de la cruz los pecados del pueblo" (1P 2,24).
Oh sí, Sabiduría desbordante de Dios, la malicia del diablo no pudo trabar ninguna de tus obras magníficas…; la magnitud del mal que hicimos, no pudo prevaler ante la multitud de tus misericordias, ante la inmensidad de tu amor, ante la plenitud de tu bondad. Mucho más, tu soberano poder, eliminó todos los obstáculos, disponiendo todas las cosas con dulzura, y "abarcando con fuerza de un extremo al otro de la tierra” (Sb. 8,1).
Santa Gertrudis de Helfta (1256-1301)
monja benedictina
Ejercicios, n° 8 Sexto; SC 127
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