El No Fingir Humildad
Es difícil el no fingir humildad; pero parece que necesitamos hacerlo.
Por ejemplo, algunos de los dichos de Jesús sobre la humildad parecen plantear más preguntas que respuestas. Por ejemplo, en la parábola del sentarse a la mesa, Jesús sugiere que no hay que avanzar hacia el mejor lugar, no sea que alguien más importante venga y seamos humillados cuando nos pidan que nos cambiemos a otro lugar. Más bien, él dice, avancen hacia el último lugar para que el anfitrión pueda venir a pedirnos que nos cambiemos a un mejor lugar, y de esta manera nuestra propia humildad será demostrada ante los otros huéspedes. El que se humilla será exaltado, y el que se enaltece será humillado. Superficialmente parece que esto no es sino una estrategia para que nos alaben al mismo tiempo que aparecemos ante los demás como personas humildes.
La invitación bíblica a no considerarse a sí mismo mejor que los demás nos lleva a la pregunta: ¿Puede alguien que está viviendo una vida correcta y generosa realmente creer que él o ella no es mejor que alguien que es indiferente, egoísta, o incluso malvado en cómo él o ella se relaciona con Dios, los demás y el mundo? ¿Realmente creemos que no somos mejores que los demás? ¿Acaso la madre Teresa realmente creía en su corazón que no era mejor que los demás? ¿Podría ella mirarse en un espejo y afirmar: "Yo soy la más pecadora en este planeta” O, acaso ella, y también nosotros, debemos, en última instancia, fingir humildad, aunque en realidad no creamos de verdad que nosotros no somos mejores de los que son los peores en este mundo?
Y por lo tanto, podemos preguntarnos: ¿Creemos que no somos mejores que los demás, aunque muchas veces, en realidad sea sólo una pose, algo que tenemos que afirmar sobre nosotros mismos, sin embargo no resista la prueba completa de la honestidad? Además, ¿no es nuestra humildad, en última instancia, en realidad sólo una estrategia sutil para ser enaltecidos de una forma más profunda, más respetable? ¿Quién quiere ser visto como orgulloso y lleno de sí mismo? Y, ¿acaso podemos ser siempre humildes sin que luego nos sintamos orgulloso por ello? ¿Realmente creemos que no somos mejores que los demás?
Mi postura es parcial ante la idea que John Shea ofreció en una ocasión para tratar de responder a esto. Buscando entre el diario de Bede Griffiths , donde Griffiths confiesa abiertamente que él no es mejor que cualquier otra persona, Shea pregunta si, dada la calidad de vida moral y espiritual de Griffiths y dada la profundidad y la compasión que desarrolló a través de años de oración y de disciplina, podría Griffiths realmente haber creído que no era mejor que los demás? ¿Podría realmente no compararse con los demás? ¿Es realmente posible para cualquiera de nosotros no compararnos con los demás?
Shea sugiere que la clave en estas preguntas radica en ver de cerca lo que quería decir Griffiths cuando afirma que él no es mejor que cualquier otra persona. Cuando Griffiths hace esas afirmaciones, él no se centra en sus acciones morales, o las de cualquier otra persona. En el ámbito de las acciones morales, es humanamente imposible no hacer comparaciones. Todos hacemos comparaciones, incluso cuando negamos que lo hagamos. Sin embargo las raíces de la humildad no se encuentran en que nuestra posición este por encima o por debajo de los demás en términos de nuestras acciones morales.
Cuando Griffiths se ve sinceramente sí mismo y cree no ser mejor que cualquier otra persona en este mundo, él está más bien mirando su propio centro, en el fondo de su corazón , donde él ve como todos los demás en este mundo, vulnerable, solo, temeroso, desnudo, centrado en sí mismo, inadecuado, impotente, contingente, tan necesitado de Dios y de los demás como absolutamente cada persona en esta tierra, y, por lo tanto, no es mejor que cualquier otra persona.
Nadie se da la vida a sí mismo, se sostiene a sí mismo en la vida, o se da a sí mismo la salvación. Todos somos igualmente inadecuados e indefensos. Nuestra contingencia nos nivela a todos, desde la Madre Teresa a Hitler, y la clave de la verdadera humildad consiste en reconocer eso. De hecho, entre más moral y psicológicamente sensibles seamos, más posibilidades tendremos de reconocer nuestra necesidad y nuestra solidaridad en la debilidad con los demás. Cuando un Bede Griffiths hace la afirmación de que él no es mejor que cualquier otra persona y que tiene tanta necesidad de la misericordia de Dios, como todos los pecadores en la tierra, no está fingiendo humildad, sin embargo tampoco haciendo comparaciones morales. Está hablando de algo más profundo, a saber, del hecho de que al final, todos somos igualmente incapaces de darnos la vida.
La invitación a la humildad es un eco claro y constante dentro de la espiritualidad cristiana, desde Jesús, hasta Bede Griffiths, hasta la Madre Teresa, hasta cada guía espiritual digno de ese nombre: Se convierten en un niño pequeño. Toman el lugar más humilde. Nunca te consideres mejor que nadie. Necesitas la misericordia de Dios tanto como el pecador más grande en la tierra. Sin embargo no llegamos a esto comparándonos con los demás, sino al reconocer que fuera de la misericordia de Dios estamos todos completamente desnudos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario