Se acercó a Jesús un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: "Si quieres, puedes purificarme". Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado". En seguida la lepra desapareció y quedó purificado. Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: "No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio". Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes.
RESONAR DE LA PALABRA
Alejandro Carbajo, cmf
Queridos amigos, paz y bien.
En el mundo casi no quedan leprosos. Y a los enfermos, aunque hay desgraciadas excepciones, se les suele aceptar. Quizá por eso nos cuesta entender en profundidad lo que significaba la enfermedad en la época de Cristo.
Una de las muchas novedades de Jesús fue la de poder integrar en su predicación a todos. Para Él no hay marginados, ni fronteras que le impidan acercarse a los que lo necesitan. Y con su ejemplo quiere que no nos olvidemos de los marginados.
En nuestros días, por lo menos en el mundo occidental, no hay muchos leprosos físicos. Pero sigue habiendo marginación. Y fronteras, raciales, culturales, religiosas, que no dejan vivir en paz a mucha gente.
Los que nos llamamos seguidores de Jesús debemos comprender que no podemos convertirnos en un grupito cerrado de “especiales”, sino que, como Jesús, debemos hacernos presentes en todos los lugares de nuestra sociedad. Muchos voluntarios hacen este esfuerzo cada día. En las casas de las Hermanas de Teresa de Calcuta, en Basida, en comedores sociales, en hospitales, en las Cáritas parroquiales… Hay muchas posibilidades para seguir los pasos de Cristo, acercarnos a los lugares de marginación y dar la mano a todos los que están al borde del camino. Para que la oveja descarriada vuelva al rebaño, a la seguridad del redil. Para eso hay que dejar la comodidad, escuchar los gritos de ayuda, atrevernos a mirar a los ojos, no solo de reojo, a los que están pasándolo mal.
Así que, como di?e la primera lectura y repite el salmo, “si escucháis hoy la voz del Señor, no endurezcáis el corazón”.
Tu hermano en la fe,
Alejandro, C.M.F.
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
No hay comentarios:
Publicar un comentario