Jesús volvió a Cafarnaún y se difundió la noticia de que estaba en la casa. Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siquiera delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra. Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres. Y como no podían acercarlo a él, a causa de la multitud, levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla con el paralítico. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: "Hijo, tus pecados te son perdonados". Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior: "¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?" Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban así, les dijo: "¿Qué están pensando? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: 'Tus pecados te son perdonados', o 'Levántate, toma tu camilla y camina'? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados -dijo al paralítico- yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa". El se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: "Nunca hemos visto nada igual".
RESONAR DE LA PALABRA
Alejandro Carbajo, cmf
Queridos amigos, paz y bien.
Dice el capítulo seis del libro del Eclesiástico que “quien tiene un amigo, tiene un tesoro”. Desde luego, el paralítico del relato de hoy era riquísimo. Hay que ser buen amigo para llevar al paralítico a Jesús, y después subirlo al tejado. No piden nada, sus gestos expresan bien lo que quieren. Un ejemplo de constancia. No se dejan vencer por las dificultades, ni la gente que se agolpa en la puerta ni la carga que llevan les echa para atrás. Subirían al paralítico por alguna escalera, y ya en el tejado, lo desmontarían con cuidado, para poder bajarlo a la sala.
Jesús aprecia su esfuerzo. Ve que las personas que a él se dirigen buscan el descanso que Dios da a los que le siguen. Sabe dar a cada uno lo que necesita. Por eso sana el alma antes de sanar el cuerpo. Para los escribas, desde luego era una blasfemia. Sólo Dios puede perdonar los pecados. Y Jesús era Hijo de Dios. Por eso confirma la sanación espiritual con la sanación física.
Seguro que la alegría de sentirse salvado dio nuevas fuerzas al paralítico y a sus amigos. La experiencia del perdón da alas. Hay que vivirla a menudo. Cada vez que el sacerdote pronuncia la fórmula de absolución, escuchamos, de otra manera, “levántate y anda”. Y salir al mundo a compartir con todos.
Otra lección, quizá, de la lectura de hoy. Mira a tu alrededor, y aprende de lo que hacen los demás. Déjate llevar en las cosas de la fe. Cuando te sientas sin fuerzas, cuando te parezca que estás atado, déjate llevar por la obediencia. Confía en los demás, aunque no lo veas claro. Déjate ayudar. Lo que a ti te pasa les ha pasado a otros antes. Seguro.
Tu hermano en la fe,
Alejandro, C.M.F.
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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