El desierto de la multitud
La soledad, oh mi Dios,
no es que estemos solos,
es que tú estás ahí,
ya que enfrente de ti todo deviene muerte
o todo se convierte en ti. (…)
Somos un poco niños si pensamos
que esta gente reunida,
es tan grande,
tan importante,
tan viviente,
como para cubrirnos el horizonte
cuando miramos hacia ti.
Estar solo,
no es haber sobrepasado a los hombres,
o haberlos dejado.
Estar solo,
es saber que eres grande, oh mi Dios,
que sólo tú eres grande,
y que no hay diferencia considerable entre
la inmensidad de los granos de arena
y la inmensidad de vidas humanas reunidas.
La diferencia, no altera la soledad,
ya que lo que hace esas vidas humanas
más visibles a los ojos de nuestra alma
y más presentes,
es la comunicación contigo,
es su prodigiosa semejanza
al único que es.
Es como una parte tuya,
parte que no hiere la soledad. (…)
No reprochemos al mundo,
no reprochemos a la vida,
ocultarnos el rostro de Dios.
Encontremos este rostro, él velará,
absorberá todas las cosas. (…)
No importa nuestro lugar en el mundo,
no importa si está poblado o despoblado,
en todas partes somos “Dios con nosotros”,
en todas partes somos Emmanuel.
Venerable Madeleine Delbrêl (1904-1964)
laica, misionera en la ciudad.
La alegría de creer (La joie de croire, Seuil, 1968), trad. sc©evangelizo.org
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