“Gran misterio éste...” (Ef 5,32)
“Por lo demás, entre cristianos, ni la mujer sin el varón, ni el varón sin la mujer.(1Cor 11,11) Es lo que dice San Pablo. En el evangelio, el hombre y la mujer se encaminan juntos hacia el Reino. Cristo llama al hombre y a la mujer sin separarlos. Dios los une y la naturaleza los junta, dándoles, por una conformidad admirable poder participar en las mismas funciones y las mismas obras. Por el lazo del matrimonio, Dios hace de dos seres uno solo y de uno solo hace dos, de manera que el uno descubre en el otro un segundo “yo-mismo”, sin perder su personalidad ni confundirse con el otro.
¿Por qué en las imágenes que Dios nos da de su Reino hace intervenir al hombre y a la mujer? ¿Por qué sugiere Dios tanta grandeza con unos ejemplos que pueden parecer bien frágiles y desproporcionados? Hermanos, hay un misterio grande escondido en esta pobreza. Según la palabra de Pablo: “Gran misterio éste, que yo relaciono con la unión de Cristo y de la Iglesia"(Ef 5,32).
Estas palabras evocan el misterio más grande de la humanidad: el hombre y la mujer han puesto fin a la condena del mundo, una condena que duraba desde siglos. Adán, el primer hombre, y Eva, la primer mujer, son conducidos del árbol del conocimiento del bien y del mal al fuego del fermento evangélico. Los ojos que el árbol de la tentación había cerrado a la verdad, abriéndolos a la ilusión del mal, son abiertos por la luz del evangelio y cerrados al mal. Estas bocas enfermas por el fruto del árbol envenenado, son curadas por el sabor delicioso de la salvación, de aquel árbol cuyo sabor de fuego abrasa los corazones.
San Pedro Crisólogo (c. 406-450)
obispo de Ravenna, doctor de la Iglesia
Sermón 99
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