«’Hijo de David, Jesús, ¡ten compasión de mi!’. Hoy hagamos nuestra esta oración. Y preguntémonos: “¿Cómo es mi oración?”. Cada uno de nosotros se pregunte: ¿cómo es mi oración? ¿Es valiente, tiene la insistencia buena de aquella de Bartimeo, sabe “aferrar” al Señor mientras pasa, o se conforma en hacerle un saludo formal de vez en cuando, cuando me acuerdo? Aquellas oraciones tibias que no sirven para nada. Y también: ¿mi oración es “sustanciosa”, descubre el corazón delante del Señor? ¿Le presento la historia y los rostros de mi vida? O es anémica, superficial, ¿hecha de rituales sin afecto y sin corazón? Cuando la fe es viva, la oración es sentida: no mendiga centavos, no se reduce a las necesidades del momento. A Jesús, que todo puede, se le pide todo. No se olviden de esto. A Jesús, que todo puede, se le pide todo, con mi insistencia ante El. El está impaciente en derramar su gracia y su alegría en nuestros corazones, pero lamentablemente somos nosotros los que mantenemos las distancias, quizás por timidez, flojera o incredulidad. Muchos de nosotros, cuando rezamos, no creemos que el Señor puede hacer el milagro»
Francisco
Ángelus
24-10-2021
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