La misericordia del divino Samaritano
¡Qué bueno ha sido, divino Samaritano, en restablecer este mundo herido penosamente caído en el camino, envuelto en el fango y tan indigno de las bondades divinas!
Más el mundo es malvado, más surge la misericordia suya. Ser infinitamente bueno con los buenos es mil veces menos admirable que ser infinitamente bueno con seres que, aún colmados con gracias, son ingratos, infieles, perversos. Más somos malvados, más brilla e irradia la maravilla de su infinita misericordia. Esto alcanza para explicar el bien que produce el pecado sobre la tierra y explicar que usted lo permite. Da lugar a un bien incomparablemente más grande: el ejercicio y manifestación de su divina misericordia. Este atributo divino no podría ejercerse sin él. La bondad podría ejercerse sin él y mostrarse sin el pecado. Pero es necesario el mal para que la misericordia pueda ejercerse. ¡Mi Señor y mi Dios, qué bueno y misericordioso es! La misericordia es como el exceso de su bondad, lo que existe de apasionado en su bondad, el peso con el que su bondad gana sobre la justicia. ¡Usted es divinamente bondadoso! (…)
Seamos buenos con los pecadores ya que Dios es tan bueno con nosotros. Recemos por ellos, amémoslos. (…) “Seamos misericordiosos como nuestro Padre es misericordioso” (cf. Lc 6,36). Dios “ama la misericordia más que los sacrificios” (cf. Mt 12,
Beato Carlos de Foucauld (1858-1916)
ermitaño y misionero en el Sahara
Salmo 52 (Méditations sur les psaumes, Nouvelle Cité, 2002).
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