Discernir los signos de nuestro tiempo
La Iglesia tiene el derecho y el deber de recurrir al Dios de la misericordia “con poderosos clamores”(He 5,7). Estos poderosos clamores deben estar presentes en la Iglesia de nuestros tiempos... un grito que implore la misericordia en conformidad con las necesidades del hombre en el mundo contemporáneo... Dios que es fiel a sí mismo, a su paternidad y a su amor. Y al igual que los profetas, recurramos al amor que tiene características maternas y, a semejanza de una madre, sigue a cada uno de sus hijos, a toda oveja extraviada, aunque hubiese millones de extraviados, aunque en el mundo la iniquidad prevaleciese sobre la honestidad, aunque la humanidad contemporánea mereciese por sus pecados un nuevo « diluvio », como lo mereció en su tiempo la generación de Noé.
Recurramos al amor paterno que Cristo nos ha revelado en su misión mesiánica y que alcanza su culmen en la cruz, en su muerte y resurrección. Recurramos a Dios mediante Cristo, recordando las palabras del Magnificat de María, que proclama la misericordia “de generación en generación”. Imploremos la misericordia divina para la generación contemporánea...
Elevemos nuestras súplicas, guiados por la fe, la esperanza, la caridad que Cristo ha injertado en nuestros corazones. Esta actitud es asimismo amor hacia Dios, a quien a veces el hombre contemporáneo ha alejado de sí ha hecho ajeno a sí, proclamando de diversas maneras que es algo “superfluo”. Esto es pues amor a Dios, cuya ofensa-rechazo por parte del hombre contemporáneo sentimos profundamente, dispuestos a gritar con Cristo en la cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23,24). Esto es al mismo tiempo amor a los hombres, a todos los hombres sin excepción y división alguna: sin diferencias de raza, cultura, lengua, concepción del mundo, sin distinción entre amigos y enemigos.
San Juan Pablo II (1920-2005)
papa
Encíclica “Dives in Misericordia” § 15 (trad. © copyright Libreria Editrice Vaticana rev.)
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