El camino de los hijos
Si alguien tiende a la perfección, partiendo del primer grado que es el del temor, estado servil, (…) se debe elevar por un progreso continuo hasta las vías superiores de la esperanza. En el primer grado, espera la recompensa. (…) No llegó todavía al sentimiento del hijo que confiando en la indulgencia y la liberalidad paterna, no duda que lo que posee el padre es también suyo.
El hijo pródigo del Evangelio, no se anima ni siquiera a aspirar al nombre de hijo, después que considera haberlo perdido con los bienes de su padre. Vean: hasta envidió el alimento que comían los cerdos, es decir la comida sórdida del vicio, con la que además le impedían saciarse. Entonces, entró en él mismo. Tocado por un temor salvífico, se llena de horror por la inmundicia de los cerdos, pero teme el cruel tormento del hambre. Esos sentimientos hacen de él un esclavo. Viendo el salario de los mercenarios, envidia su condición. Dice “Los mercenarios de mi padre tiene pan en abundancia y yo muero de hambre acá. Volveré de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y contra ti, no soy digno de ser llamado tu hijo. Trátame cómo uno de tus mercenarios” (cf. Lc 15,17-19). Sin embargo, el padre corrió a su encuentro. Las palabras de humilde arrepentimiento que dicta la ternura, las recibe con más ternura todavía. No, no quiere acordar a su hijo bienes de menos valor. Haciéndolo pasar rápidamente los dos grados inferiores, lo restituye a su dignidad de hijo.
También nosotros, apresurémonos a subir a ese tercer grado, por gracia de su indisoluble caridad. Debemos ver como propio todo lo que pertenece a nuestro padre, pudiendo entonces recibir en nosotros la imagen y semejanza de nuestro Padre del cielo. Imitando al Hijo verdadero, podremos entonces proclamar: “Todo lo que es del Padre, es mío” (Jn 16,15).
San Juan Casiano (c. 360-435)
fundador de la Abadía de Marsella
De la perfección, Conferencias (SC 54, Conférences VIII-XVII, Cerf, 1958), trad. sc©evangelizo.org
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