“Los muertos escucharán la voz del Hijo de Dios”
[Habla Cristo:]
Los que no me han reconocido no se han beneficiado de mi presencia;
he estado escondido para aquellos que no me han poseído.
Estoy cerca de los que me aman.
Han muerto todos mis perseguidores;
los que me sabían vivo me han buscado.
He resucitado, estoy con ellos,
hablo por su boca.
No han hecho caso a los que les perseguían;
sobre ellos he echado el yugo de mi amor.
Como el brazo del novio por encima de su novia (cf. Ct 2,6),
así es mi yugo sobre los que me conocen.
Tal como la tienda de los desposorios se levanta en casa de la novia,
así mi amor protege a los que creen en mí.
No he sido reprobado,
aún cuando parecía que lo era.
No he perecido,
aunque ellos se lo han pensado.
La estancia de los muertos me ha visto
y ha sido vencida,
la muerte me ha dejado marchar,
y muchos se han venido conmigo.
Para ella he sido hiel y vinagre;
con ella he descendido hasta su estancia,
hasta su máxima profundidad.
La muerte se ha retirado,
no ha podido soportar mi rostro.
He tenido entre los muertos
una asamblea de vivos (1P 3, 19. 4,6).
Les he hablado con labios vivientes,
de manera que mi palabra no fuera vana.
Los que estaban muertos han corrido hacia mí;
han gritado diciendo: “Ten piedad de nosotros,
Hijo de Dios, actúa en nosotros según tu gracia.
Desátanos de los lazos de las tinieblas,
ábrenos la puerta, que corramos hacia ti.
Vemos que nuestra muerte
No ha podido contigo.
Que nosotros seamos también libres contigo,
porque tú eres nuestro Salvador”.
He escuchado sus voces,
su fe, las he recogido en mi corazón.
Sobre sus frentes he escrito mi nombre (Ap 14,1);
son libres y me pertenecen.
Odas de Salomón (texto cristiano hebraico de principio del siglo II)
Nº 42
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