“Mujer, ¿a quién buscas?”
No te canses, alma mía, en la búsqueda del Maestro.
Como un alma que se ha librado voluntariamente a la muerte,
no vayas a tientas en la búsqueda de tu comodidad, no persigas la gloria
ni el goce del cuerpo ni el afecto de tus cercanos.
No mires a la derecha y a la izquierda,
sino, tal como comenzaste y, aún más, corre.
¡Apresúrate, sin descansar, para alcanzar y tomar al Maestro!
Aunque desaparezca diez mil veces y diez mil veces te aparezca,
que así lo inalcanzable sea para ti alcanzable,
diez mil veces, o más bien tanto como tus respiraciones.
¡Redobla de ardor para seguirlo y corre hacia él!
Él no te abandonará, no te olvidará.
Al contrario, poco a poco, cada vez más se mostrará.
Alma mía, la presencia del Maestro se hará más frecuente
y después de haberte perfectamente purificado por el brillo de su luz,
el autor del mundo vendrá en ti,
habitará en ti, será contigo.
Poseerás la riqueza verdadera que el mundo no posee,
que sólo posee el cielo y los que son inscritos en el cielo. (…)
El Maestro de la tierra, que creó al cielo
y todo lo que está en el Cielo y está en el mundo,
el Creador, el único Juez, el único Rey,
habita en ti, se muestra en ti.
¡Que te ilumine completamente con su luz
y te haga ver la belleza de su rostro, te acorde verlo en persona
claramente y te dé parte en su gloria!
Dime, ¿existe algo más grande?
Simeón el Nuevo Teólogo (c. 949-1022)
monje griego
Himnos 48 (SC 196, Hymnes III, Cerf, 2003), trad. sc©evangelizo.org
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