Una oración para todos
Para tener siempre el pensamiento en Dios, deben continuamente proponerse repetir esta fórmula de piedad: “¡Dios, ven en mi ayuda, apresúrate Señor a socorrerme!” Con razón este corto versículo fue particularmente elegido en todo el cuerpo de la Escritura. Expresa los sentimientos susceptibles en la naturaleza humana, se adapta felizmente a los diversos estados de vida, conviene en las distintas tentaciones.
Es una invocación a Dios en cualquier peligro, expresa una humilde y ferviente confesión, la vigilancia de un alma siempre en vela y penetrada de temor continuo, la consideración de nuestra fidelidad. Expresa también la confianza de ser escuchado y la seguridad del socorro siempre y en todos lados presente. El que no cesa de invocar a su protector puede estar seguro de tenerlo junto a él, es la voz del amor y de la caridad ardiente. Dice el grito del alma con los ojos abiertos ante las trampas que le tienden, que tiembla frente a sus enemigos y viéndose sitiada por ellos noche y día, confiesa que no sabría escapar si su defensor no la defendiera. Para todos los que son acosados por los ataques del demonio, este versículo es un muro invencible, una impenetrable coraza, el más sólido escudo. (…)
Este versículo es útil, necesario, para todos y en toda circunstancia. Desear ser ayudado siempre, es expresar claramente que tenemos necesidad del socorro divino, ya sea cuando nos favorece y sonríe, como en las pruebas y tristezas. Sólo Dios nos saca de la adversidad, sólo él otorga la duración de nuestras alegrías. En uno y otro caso, la fragilidad humana sólo se puede sostener con la ayuda divina.
San Juan Casiano (c. 360-435)
fundador de la Abadía de Marsella
De la oración, X (SC 54. Conférences VIII-XVII, Cerf, 1958), trad. sc©evangelizo.org
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