viernes, 30 de junio de 2023

COMPRENDIENDO LA PALABRA

«Jesús lo tocó diciendo: ¡quiero, queda limpio!»

Antes que brillara la luz divina,

no me conocía a mí mismo.

Viéndome entonces en las tinieblas y en la prisión,

encerrado en un lodazal,

cubierto de suciedad, herido, mi carne hinchada...,

caí a los pies de aquél que me había iluminado.

Y aquél que me había iluminado toca con sus manos

mis ataduras y mis heridas;

allí donde su mano toca y donde su dedo se acerca,

caen inmediatamente mis ataduras,

desaparecen las heridas, y toda suciedad.

La mancha de mi carne desaparece...

de tal manera que la vuelve semejante a su mano divina.

Extraña maravilla: mi carne, mi alma y mi cuerpo

participan de la gloria divina.

Desde que he sido purificado y liberado de mis ataduras,

me tiende una mano divina,

me saca enteramente del lodazal,

me abraza, se echa a mi cuello,

me cubre de besos (Lc 15,20).

Y a mi que estaba totalmente agotado

y que había perdido mis fuerzas

me pone sobre sus hombros (Lc 15,5),

y me lleva lejos de mi infierno...

Es la luz que me arrebata y me sostiene;

me arrastra hacia una gran luz...

Me hace contemplar por que extraño remodelaje

él mismo me ha rehecho (Gn 2,7) y me ha arrancado de la corrupción.

Me ha regalado una vida inmortal

y me ha revestido de ropa inmaterial y luminosa

y me ha dado sandalias, anillo y corona

incorruptibles y eternas (Lc 15,22).



Simeón el Nuevo Teólogo (c. 949-1022)
monje griego
Himno 30

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