¡Gloria a ti Cristo, con el Padre y tu Espíritu divino!
Los tres son Dios, ya que la Trinidad es un solo Dios. Ella dio el ser al Universo, ella creó todo. Ella creó según la carne, en el mundo y por nuestra salvación, al Verbo Hijo del Padre, inseparable del Padre y del Espíritu.
El Verbo se hace carne realmente por la venida del Espíritu y deviene lo que no era, un hombre semejante a mí, a excepción del pecado y la iniquidad. Dios y hombre a la vez, visible a todos los ojos, poseyendo el Espíritu divino que le está unido por naturaleza, con el que rindió vida a los muertos, abrió los ojos de los ciegos, purificó a los leprosos y expulsó demonios. Padeció la cruz y la muerte y es resucitado en el Espíritu, elevado en la gloria. Así abrió una vía nueva hacia los cielos para todos los que creen en él con gran fe.
Derramó con profusión el Santísimo Espíritu sobre los que mostraban su fe en las obras y lo sigue derramando con sobreabundancia. Con el Espíritu deifica a los que están unidos a él y, hombres, los transforma sin cambiarlos y los hace devenir hijos de Dios, hermanos del Salvador, coherederos de Cristo y herederos de Dios. Dioses ellos mismos en compañía de Dios, en el Espíritu Santo, son prisioneros sólo de la carne ya que permanecen libres en espíritu. Se elevan con Cristo a los cielos y tienen allí los derechos de ciudad en la contemplación de los bienes que los ojos no han visto. (…)
A Ti, oh mi Cristo, con el Padre y tu Espíritu divino, pertenecen gloria y alabanza, honor y adoración, ahora y siempre. Como Soberano, por los siglos de los siglos, como Creador del Universo, Dios y Maestro. Amén.
Simeón el Nuevo Teólogo (c. 949-1022)
monje griego
Himnos, 51 (SC 196. Hymnes III, Cerf, 2003), trad. sc©evangelizo.org
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