domingo, 13 de agosto de 2023

COMPRENDIENDO LA PALABRA

¡Llamemos a Dios al auxilio!

Eres bueno, mi Dios, por repetirnos frecuentemente: “¡Llámenme al auxilio, yo vendré!... ¡Llámenme, lo escucharé!” (…)

¡Llamemos a Dios al auxilio en la tentación! No tratemos de luchar con nuestras fuerzas, con las fuerzas de la naturaleza, en la tentación, en la dificultad. Actualmente los espíritus de las tinieblas son más fuertes que nosotros, más fuertes y más sutiles. Nuestra concupiscencia natural es fuerte y nuestra alma muy débil. Una de las trampas del demonio es absorbernos mucho desde los primeros momentos de la tentación. Tanto, que ponemos todo nuestro esfuerzo (cuando lo hacemos) para resistirla. Pero sólo ponemos nuestro esfuerzo, sin pensar en llamar al auxilio al único que puede salvarnos, Dios, o sin recurrir a nuestro buen ángel o a los santos. El demonio pone un velo alrededor nuestro para impedirnos mirar en alto y elevar los ojos al cielo. Trata de rendirnos “mudos” como los poseídos del Evangelio, nos absorbe y trata que no tengamos la idea de llamar al auxilio a Dios. Habiéndonos así separado del que nos da la fuerza, nos vence fácilmente.

Desde el comienzo de la tentación, no tratemos de resistir por nuestras propias fuerzas sino de llamar a Dios. Desde el momento de sentirnos tentados, tengamos recurso a la oración, pongámonos a rezar. Así, en un instante, reportaremos la victoria, de otro modo seremos siempre vencidos. Entonces, en la tentación, ¡rezar, rezar, rezar!


San Carlos de Foucauld (1858-1916)
ermitaño y misionero en el Sahara
Salmo 55 (Méditations sur les psaumes, Nouvelle Cité, 2002), trad. sc©evangelizo.org

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