LLamados a la gloria
“Tú llamarías, y yo te respondería” [dice Job al Señor], agregando “ansiarías ver la obra de tus manos” (Jb 14,15). La criatura humana, por el hecho de ser una criatura, lleva en ella la posibilidad de permanecer hundida por debajo de su mismo ser. Pero, de Aquel que ha formado al hombre, ha recibido el favor de ser elevado con la contemplación por encima de sí mismo, y de ser mantenido en sí mismo en la incorrupción. Para no bajar hundiéndose, y para poder permanecer en la incorrupción, le es necesaria la mano derecha de Aquel que da la vida y eleva a la criatura hasta la inmutabilidad.
La mano derecha de Dios designa también al Hijo, porque “todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra” (Jn 1,3). Dios Todopoderoso ha extendido su mano derecha hacia la obra de sus manos, por eso envió a su Hijo Único encarnado, para elevar hacia el mundo de lo Alto al género humano, derrotado y yaciente en el abismo. Su encarnación nos ha permitido, después de caer en la corrupción por nuestra voluntad, poder responder a Dios que nos llama a la gloria de la incorruptibilidad.
¿Quién podrá medir la grandeza de la misericordia divina cuando ella conduce al hombre, después de su falta, a esta maravillosa gloria? Dios mide el mal que hacemos y sin embargo, por la gracia de su bondad, nos perdona misericordiosamente.
San Gregorio Magno (c. 540-604)
papa y doctor de la Iglesia
Libro XII (SC 212, Morales sur Job, Cerf, 1974), trad. sc©evangelizo.org
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