“¿Qué va a ser este niño?”
¡Oh maravilla, el nacimiento del mensajero precede a Aquel sin el cual no habría nacido nunca! El es la voz y Jesús el Verbo... La palabra nace primero en el espíritu, luego suscita la voz que la pronuncia; la voz se expresa por los labios y da a conocer la palabra a los oyentes. Así Cristo ha permanecido en el Padre, por quien Juan, su mensajero, fue creado como toda criatura. Pero Juan sale del vientre de su madre y por él Cristo fue anunciado a todo el mundo. Éste era el Verbo, desde el principio, antes que existiera el mundo; aquel fue la voz que precede al Verbo. El Verbo nace del pensamiento, la voz sale del silencio.
Cuando da a luz a Cristo, María cree, mientras que antes de engendrar Juan, Zacarías se queda mudo. Juan nace de una anciana estéril; Cristo, de una jovencita virgen. El Verbo prolifera en el corazón de quien lo piensa; la voz expira en el oído de quien la escucha. Puede que éste sea el sentido de la palabra de Juan: “El debe ser cada vez más importante; yo, en cambio, menos.” (Jn 3,30) Porque los oráculos proféticos, pronunciados ante de Cristo como una voz antes del verbo, se siguen hasta que llega Juan en quien cesan las figuras precedentes. Luego, la gracia del evangelio y el anuncio manifiesto del reino de los cielos no conocerá fin y fructificará y crecerá en el mundo entero. Ciertamente, de Juan dice la misma Verdad: “Entre los nacidos de mujer no hay otro más grande que Juan Bautista.”(Mt 11,11).
San Agustín (354-430)
obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Sermón para la fiesta del nacimiento de San Juan Bautista
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