domingo, 27 de agosto de 2017

Evangelio según San Mateo 16,13-20. 
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?". Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas". "Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?". Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo". Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías. 


RESONAR DE LA PALABRA

Fernando Torres cmf
¿Qué quiso decir Pedro?
San Pablo en la carta a los Romanos, segunda lectura de este domingo, acentúa una dimensión muy importante de nuestro conocimiento de Dios: el hecho de que no conocemos casi nada de él. Es tan inmenso, es tan grande, que su realidad se nos escapa. De él sabemos lo poco que se nos ha manifestado a través de Jesús. ¡Qué insondables sus decisiones! ¡Qué abismo de generosidad! ¿Quién conoció la mente del Señor? Por eso, cuando decimos “Dios” apenas sabemos lo que queremos decir. Sabemos que es “misterio de amor”, pero sobre todo “misterio”.
Quizás así entendamos un poco mejor el Evangelio de este domingo. Simón Pedro se atreve a ponerle nombre a Jesús, a decir quién es, a definirle: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Pero, ¿qué significan esas palabras? ¿qué significaron para Pedro? Podemos suponer que “Mesías” le recordaba a Pedro las viejas historias de liberación de su pueblo. Para un pueblo como el judío que vivía entonces bajo la dominación romana, liberación no podía tener otro significado que “liberación política”. Por fin, Dios se manifestaba claramente a favor de su pueblo. Eso no significa que Pedro odiase a los romanos, pero ¿no es acaso una legítima aspiración la búsqueda de la libertad tanto de las personas como de los pueblos? Al decir que Jesús era el Mesías, Pedro estaba expresando su fe en un Dios liberador, en un Dios que apoyaba la libertad de su pueblo para tomar sus propias decisiones y ser dueño de su destino.
Pero Pedro también dijo de Jesús que era “el Hijo de Dios vivo”. Como Pedro, por razones obvias, no había estudiado el catecismo de la Iglesia Católica, no tendría muy claro el significado de “Hijo de Dios”. Al menos, no tanto como nosotros. Probablemente, lo que quiso subrayar fue la especial relación que notaba entre Jesús y Dios, aquel al que el mismo Jesús llamaba su “Abbá”, su Papaíto. Era una relación especial de amor, de cariño, de entrega mutua. Pero, además, Pedro dice que Jesús es el Hijo de Dios “vivo”. Es otro dato importante a señalar. La vida es lo mejor que tenemos los humanos. Es, posiblemente, lo único que tenemos. Cuando pensamos en Dios, pensamos en la vida, pero no como la nuestra, siempre abocada a la muerte, sino en la Vida en plenitud, para siempre, verdadera. Jesús es el Hijo de Dios “vivo” porque, así lo veía Pedro, era capaz de comunicar vida a los que estaban en torno a él, a los que se encontraba, a sus amigos.
Para la reflexión
Al final, Pedro vino a confesar que Jesús llenaba totalmente sus expectativas de libertad y de vida, que en Jesús encontraba una posibilidad de salir de este círculo fatal de esclavitud y muerte en que nos vemos envueltos las personas. ¿Por qué no nos preguntamos a nosotros mismos qué queremos decir al confesar que Jesús es el “Hijo de Dios”, el “Señor”, el “Cristo”?

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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