jueves, 24 de agosto de 2017

Meditación: Juan 1, 45-51


San Bartolomé, Apóstol

Al volver de Galilea, Jesús se encuentra con Felipe y le dice: “¡Sígueme!” El objetivo del llamado es siempre el mismo: Seguir a Jesús. Los primeros cristianos insistieron en conservar los nombres de los primeros discípulos. De algunos conservaron hasta los apellidos y el lugar de origen. Recordar los nombres de las personas es demostrarles respeto y una forma de precisar su identidad.

Felipe le dice a Natanael: “Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés en la ley y también los profetas. Es Jesús de Nazaret, el hijo de José”, ante lo cual Natanael pregunta: “¿Acaso puede salir de Nazaret algo bueno?” Su pregunta parecía revelar la rivalidad que suele existir entre algunas pequeñas aldeas de una misma región: Caná y Nazaret.

Además, según la enseñanza de los escribas, el Mesías vendría de Belén de Judea; no de Nazaret de Galilea. Pero Felipe le da la misma respuesta que Jesús había dado a los otros dos discípulos: “¡Ven y lo verás!” No es imponiendo ideas, sino viendo realidades concretas que las personas se convencen. El proceso es el mismo: encontrarse, experimentar, compartir experiencias, testimoniar, llevar a Jesús.

Al ver a Natanael, Jesús dice: “¡Éste es un verdadero israelita en el que no hay doblez!” ¿Cómo es que Natanael era un “verdadero israelita” si no aceptaba a Jesús como Mesías porque éste venía de Nazaret y no de Belén? Obviamente, ni Felipe ni Natanael sabía entonces que en realidad Jesús había nacido en Belén.

¿Qué quería decir el Señor con las palabras “verdadero israelita”? Se refería a aquel israelita auténtico que sabía renunciar a sus propios conceptos y prácticas cuando percibía que no actuaba de acuerdo con la voluntad de Dios. El israelita que no está dispuesto a esta conversión no es ni verdadero ni honesto. Lo mismo puede decirse del cristiano.

Natanael esperaba al Mesías según la enseñanza oficial de la época. Pero el encuentro con Jesús le ayudó a percibir que el proyecto de Dios no siempre es como la gente se lo imagina o lo desea. Pero reconoce su equivocación, cambia de idea, acepta a Jesús como Mesías y confiesa: “¡Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel!”
“Amado Señor Jesús, concédeme la gracia de la conversión y la fidelidad para que también tú puedas decir de mí: ‘He aquí un cristiano verdadero’.”
Apocalipsis 21, 9-14
Salmo 145(144), 10-13. 17-18

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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