miércoles, 16 de agosto de 2017

Meditación: Mateo 18, 15-20


San Esteban de Hungría

Jesús enseñó que, así como el buen pastor busca a la oveja perdida, así sus discípulos deben buscar al hermano o hermana que haya pecado y alterado la vida de la congregación. El objetivo siempre es lograr el arrepentimiento del pecador, para que se reincorpore a la comunidad y sea protegido por ella.

¿Qué hacer en tales circunstancias? Cuando nuestra parroquia o grupo se ve perturbado por la mala conducta de alguien, ¿tenemos el amor suficiente para ir a buscar al culpable para que regrese al redil? ¿O preferimos marginarlo para no tener que lidiar con el problema?

San Pablo ofrece la perspectiva correcta para tales circunstancias, haciéndonos recordar que nuestra única deuda debe ser el amor de unos a otros (Romanos 13, 8-10). De modo que nuestra principal responsabilidad es amar, incluso al de mala conducta, y hacer lo posible para que cambie de vida.

Lo que nos pide el Señor es la unidad, pero no a cualquier precio. ¿Qué pasa si fracasan nuestros esfuerzos personales? Supongamos que ni siquiera la intervención de otro hermano mueve al culpable a recapacitar, y se rehúsa a escuchar a la Iglesia o a la comunidad. En tales casos, el Señor permite la marginación temporal de los que persisten en su conducta rebelde y pecaminosa, a fin de proteger a los demás y evitar el escándalo.

Pero esta separación nunca debe hacerse por frustración, ira ni odio. Hay que darle al pecador toda clase de oportunidades para recapacitar y volver a la comunidad. Cuando Jesús aconsejó a sus discípulos que trataran al ofensor como a “un pagano… o un publicano” (Mateo 18, 17), no debemos olvidar cómo él trataba a tales personas. Siempre estuvo dispuesto a perdonarlos y aceptarlos en su compañía: el propio Mateo fue testigo de ello.

Hay comentaristas que señalan que la amenaza de ser eliminado de la asamblea tenía como único fin sacudir al pecador para hacerlo arrepentirse y regresar al rebaño. No hay duda de que esto coincide con la enseñanza de Jesús de que hay gozo en el cielo cuando se arrepiente un solo pecador.

Ese gozo también debe ser nuestro, porque cuando ayudamos a un pecador a arrepentirse y reincorporarse al rebaño, “ganamos” un hermano.
“Señor Jesucristo, sabemos que tú siempre estás dispuesto a perdonar al pecador. Concédenos tu sabiduría y tu gracia para que aprendamos a actuar de la misma manera.”
Deuteronomio 34, 1-12
Salmo 66(65), 1-3. 5. 8. 16-17

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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