viernes, 3 de julio de 2020

COMPRENDIENDO LA PALABRA 030720


¡Santa duda del discípulo Tomás!

Tomás dijo a los discípulos: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré” (Jn 20,25). Tomás significa “abismo”, porque por su duda adquirió un conocimiento más profundo y se volvió más firme en su fe. (…) No fue por azar sino por una disposición divina que Tomás estaba ausente y no quiso creer en lo que había escuchado. ¡Admirable designio! ¡Santa duda del discípulo! 

“Si no veo la marca de los clavos en sus manos”, exclamó Tomás. Quería ver re-edificada la tienda de David que había caído y de la cual Amós había dicho: “Aquel día, yo levantaré la choza derruida de David, repararé sus brechas, restauraré sus ruinas, y la reconstruiré como en los tiempos pasados” (Am 9,11). David designa la divinidad. La tienda, el cuerpo mismo de Cristo, caído, anonadado en la muerte y pasión, en el que estuvo la divinidad, como en una tienda. Las brechas de los muros designan las heridas de las manos, de los pies y del costado. Son heridas que el Señor repara en su Resurrección. De ellas Tomás dijo: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré”.

El Señor comprensivo no quiso dejar en la duda a su discípulo sincero, que se volvería un vaso de elección. Con un gesto de bondad eliminó de su espíritu el humo de la duda, como quitó a Pablo la ceguera de la infidelidad. Dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe”. Tomas respondió: “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20,27-28).


San Antonio de Padua (1195-1231)
franciscano, doctor de la Iglesia
Domingo de la octava de Pascua (“Une Parole évangélique”, Franciscaines, 1995), trad. sc©evangelizo.org

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