“Soy paciente y humilde de corazón” (Mt 11,29)
Podemos considerar la mansedumbre de Cristo en cuatro circunstancias: en su vida ordinaria, en sus admoniciones, en la gracia de su recibimiento, en su Pasión.
En primer lugar, la mansedumbre de Cristo en su vida ordinaria. Todas sus actitudes eran pacificadoras: no buscaba provocar disputas sino que evitaba todo lo que podía conducir a un altercado. Decía “Aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón” (Mt 11,29).
En esto lo debemos imitar. (…) La mansedumbre de Cristo aparece luego en sus admoniciones. Tuvo que sufrir muchos oprobios de parte de sus perseguidores y sin embargo no les contestaba jamás con cólera ni con tono de querella. Comentando el texto “en defensa de la verdad y de los mansos” (cf. Sal 44,5), san Agustín dice que la verdad se hacía reconocer cuando Cristo predicaba y la mansedumbre se hacía admirar cuando respondía con paciencia a sus enemigos. (…)
Su mansedumbre aparece también en la gracia de su recibimiento. Algunas personas no saben recibir con bondad. Cristo recibía con benignidad a los pecadores, comía con ellos. Los admitía en sus comidas o aceptaba sus invitaciones. Esto llenaba de estupor a los fariseos: “¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?” (Mt 9,11).
Finalmente, la mansedumbre de Cristo se manifiesta en su Pasión. Iba hacia esa Pasión como un cordero, “insultado, no devolvía el insulto” (cf. 1 Pe 2,23). (…) Dice .el Señor por el profeta Jeremías. “Yo era como un manso cordero llevado al matadero” (Jer 11,19). (…)
La mansedumbre asegura la herencia de la Tierra de la felicidad. Por eso leemos en San Mateo: “Felices los mansos, porque recibirán la tierra en herencia” (cf. Mt 5,5).
Santo Tomás de Aquino (1225-1274)
dominico, teólogo, doctor de la Iglesia
Sermón para el primer domingo de Adviento (La vie spirituelle n°323, 1947, Cerf), trad. sc©evangelizo.org
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