«El alma de Europa, cada vez más viva y generosa»
Si Europa quiere permanecer fiel a así misma, hay que unir todas las fuerzas vivas de este continente, respetando el carácter original de cada región y redescubriendo en sus raíces un espíritu común. Los países miembros de este Consejo son conscientes de no representar a toda Europa. Expresando mis deseos ardientes de ver intensificarse la cooperación ya iniciada con las otras naciones, particularmente con las del este y del centro, tengo la sensación de recoger el deseo de millones de hombres y mujeres que se saben unidos en una historia común y que esperan un destino de unidad y de solidaridad a la medida de este continente.
Durante siglos, Europa ha jugado un papel considerable en las otras partes del mundo. Hay que admitir que no siempre ha aportado lo mejor de sí misma en el encuentro con las otras civilizaciones, pero nadie puede negar que ha compartido felizmente muchos valores madurados largamente en su historia. Sus hijos han contribuido esencialmente a la difusión del mensaje cristiano. Si Europa desea desempeñar hoy su papel, tiene que fundar sus acciones claramente en aquello que tiene de más humano y de más generoso en su herencia histórica...
Mi presencia hoy ante la primera asamblea parlamentaria internacional constituida en el mundo, tengo conciencia de dirigirme a los representantes cualificados de pueblos que, en fidelidad a sus fuentes de vida, han querido unirse para afirmar su unión y para abrirse a las otras naciones de todos los continentes en el respeto a la verdad del ser humano. Puedo dar fe de la disponibilidad de los cristianos a tomar parte activa en las tareas de vuestras instituciones. Deseo a vuestro Consejo una labor fecunda para que el alma de Europa se haga cada vez más viva y generosa.
San Juan Pablo II (1920-2005)
papa
Discurso ante el Consejo de Europa, 8 de mayo 1988
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