Evangelio según San Mateo 11,25-27
Jesús dijo:
"Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños.
Sí, Padre, porque así lo has querido.
Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar."
RESONAR DE LA PALABRA
Queridos amigos y amigas:
En la mentalidad del Antiguo Testamento ven la intervención de Dios en todos los acontecimientos. El creyente bíblico está convencido de que Dios se vale de todas las mediaciones históricas para llevar adelante su plan de salvación. En el texto de Isaías que leemos hoy el profeta ve a Asiria como instrumento de Yahvé para escarmentar al pueblo de Israel de los errores que han cometido. El pueblo no ha seguido los consejos del profeta que exhortaba a poner su confianza en Dios y no en las alianzas políticas con las potencias extranjeras que les prometían seguridad.
Si bien en este oráculo Asiria es presentada como «vara y bastón» de la ira de Dios (v. 5). Como hemos indicado era la forma propia de concebir los acontecimientos del creyente bíblico. Más que un castigo divino lo que va a sufrir el pueblo son las consecuencias de sus propias decisiones. Esta tensión que vivía el pueblo de Israel entre poner su confianza en sus propias estrategias o realmente poner su confianza en Dios, sigue presente también en nosotros hoy. Muchas veces nos cuesta dejar entrar a Dios en todos los ámbitos de nuestra vida, dejar que la fe que decimos profesar incida en nuestra vida. Lo vemos, por ejemplo, constantemente en muchos líderes políticos de nuestro tiempo, que se dicen ser cristianos, pero en la gestión del bien público siempre buscan sus propios intereses. Utilizan el nombre de Dios para legitimar sistemas de injusticia y corrupción, en detrimento de los derechos de las grandes mayorías pobres de nuestros países. Por eso, decimos con el salmo 93: «¡El Señor no rechaza a su pueblo! El justo obtendrá su derecho, y un porvenir los rectos de corazón».
En el Evangelio Jesús le da gracias al Padre por el modo sorprendente de actuar, tan distinto a nuestra lógica humana, que le hace revelar a la gente sencilla los secretos del Reino. La gente pobre y sencilla, los que tenían que luchar contra el hambre y sus enfermedades fueron quienes supieron captar mejor el mensaje de Jesús. Qué difícil se nos hace aceptar este criterio fundamental del Evangelio que es en lo pequeño, en lo pobre, en lo sencillo donde se revela el Dios de Jesús. En aquellos que al no tener nada están más abiertos para aceptar el mensaje del Señor. Los sabios y entendidos en el tiempo de Jesús eran personas que lo tenían todo asegurado, muchos llegaban a creer de no necesitar de Dios. Lo sorprendente del mensaje de Jesús es que revierte esa concepción poniendo en el centro a los pequeños.
La adhesión a la persona de Jesús y su mensaje debe comportar en sus seguidores hoy estas mismas actitudes vitales de su Maestro que no se deja llevar por las apariencias, que mira el corazón. Hacer nuestro este «Magnificat de Jesús» nos debería ayudar a vivir con ese espíritu que tiene la gente sencilla de apertura, de naturalidad, de sinceridad, de confianza en el Señor. Y que nuestro corazón sea capaz de reconocer en los más pobres y humildes lo mejor que tiene la Iglesia como Pueblo de Dios, por son ese «lugar teológico» donde Dios se nos sigue revelando también a nosotros hoy. ¿Me dejo sorprender como Jesús de la forma siempre novedosa de actuar de Dios?
Fraternalmente,
Edgardo Guzmán, cmf.
No hay comentarios:
Publicar un comentario