«Lo abracé y no lo soltaré más» (Ct 3: 4)
Tú que eres una de esas vírgenes que hacen resplandecer de una luz espiritual la gracia misma de su cuerpo, a ti que se compara con mucho acierto a la Iglesia, tú que velas en tu cuarto durante la noche: piensa siempre en Cristo y espera en todo momento su venida. Cristo entra, la puerta cerrada, y su venida no puede faltar, pues no lo ha prometido. Abraza pues a aquel que has buscado; acércate a él y serás iluminado. Retenlo. Pídele que no se marche rápidamente. Ruégale que no se aleje. «Rápidamente corre su palabra » (Sal. 147:15); y no se deja alcanzar por aquellos que se adormecen, ni tampoco retener por los negligentes. Que tu alma venga a su encuentro. Sigue los trazos de esta Palabra venida del cielo, pues pasa rápidamente.
¿Y cómo Cristo es agarrado? no es por medio de las mallas de una red, pero con los lazos del amor. Solamente pueden atarlo las correas del espíritu, solo el afecto del corazón puede retenerlo. Si quieres, tú también puedes retener a Cristo, búscalo continuamente sin temer la fatiga. A menudo es por medio de los suplicios, e incluso bajo la mano de los que nos persiguen que encontramos a Cristo de la mejor manera. Unos instantes después de haber escapado de las manos de los perseguidores, y afín de que no sucumbas ante el poder del mundo, Cristo vendrá a tu encuentro y no permitirá que se prolongue tu prueba.
San Ambrosio (c. 340-397)
obispo de Milán y doctor de la Iglesia
De la virginidad, PL 16, 283-286
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