“Entra a participar de la alegría de tu señor” (Mt 25,21)
Tengamos sin cesar la mirada fijada sobre el ideal divino. Trabajemos para realizar en nosotros esta perfección a la que Dios quiere que lleguemos para imitar a su divino Hijo. El es la forma de nuestra predestinación eterna. Para cada uno de nosotros existe y “cada uno de nosotros ha recibido su propio don, en la medida que Cristo los ha distribuido” (Ef 4,7). No sabemos aquí abajo, cuál es esta medida fijada por Dios de nuestra predestinación. Pero seguramente ella va a formar Cristo en nosotros, reproducir los trazos de este ideal único que el Padre mismo indica para nosotros.
Si a pesar de tentaciones y dificultades, somos fieles a trabajar en esta obra, el día de la recompensa prometida por Dios llegará para nosotros. (…) Si hemos tenido la constante aplicación de aportar amor para cumplir perfectamente los deseos de nuestro Padre del Cielo y hemos hecho lo que le agrada (cf. Jn 8,29), recibiremos la magnífica recompensa prometida por el que es la Fidelidad misma: “Está bien servidor bueno y fiel, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar de la alegría de tu señor” (Mt 25,21). Cada santo que entra al cielo escucha esta palabra bendita, es el saludo de bienvenida que recibe de Cristo Jesús.
¿Cuáles son esos bienes que Nuestro Señor le comparte? Dios mismo, en su Trinidad y perfección. Y con Dios, todos los bienes espirituales. De ese Dios, “seremos semejantes, porque lo veremos tal cual es” (1 Jn 3,2). Con esta visión inefable que sucede a la fe, el alma será fijada en Dios y encontrará en él la estabilidad divina. En un abrazo perfecto y sin el temor de jamás perderlo, adherirá para siempre al Bien supremo e inmudable.
Beato Columba Marmion (1858-1923)
abad
Los “instrumentos de las buenas obras” (Le Christ Idéal du Moine, DDB, 1936), trad. sc©evangelizo.org
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