martes, 8 de junio de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 5,13-16


Evangelio según San Mateo 5,13-16
Jesús dijo a sus discípulos:

Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres.

Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña.

Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa.

Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos:

La bienaventuranza proclamada por Jesús para sus discípulos es la plenitud de la salvación, la felicidad ya incoada en esta vida, aunque en medio de dolores y persecuciones. Pero esto no debemos entenderlo como un privilegio concedido a algunos, y del que los demás quedan excluidos. La fe es la puerta de entrada a esta bienaventuranza, en la que participamos al aceptar a Jesús como nuestro Mesías y Salvador. Pero el don de la fe nos abre a los demás sin exclusiones, en los que vemos “prójimos”, hermanos e hijos del mismo Padre. Por eso la fe no puede (no debe) ocultarse, sino que su dinamismo propio es el testimonio, la proclamación, la comunicación. Si hemos experimentado la felicidad (la bienaventuranza) de ser hijos de Dios en el Hijo Jesucristo, no podemos no sentir el impulso de contagiar de esta felicidad a los que todavía no la conocen. Y es que, en verdad, el amor y la felicidad son difusivos por su propia naturaleza.

Tras declarar bienaventurados a sus discípulos, Jesús les recuerda la responsabilidad aparejada al don recibido. La luz de la fe debe brillar, la alegría de la nueva vida de la salvación debe generar vida nueva. La sal conserva la vida y la libera de la podredumbre. La luz da orientación y sentido. No es que los creyentes en Cristo “tengan que ser” (así, como un deber moral) sal y luz. Jesús nos dice que ya lo somos: es un don ya recibido. Nuestra responsabilidad consiste en no estropear esos dones con nuestra desidia: que la sal no se vuelva insípida, que no ocultemos la luz. Si dejamos que esto suceda, nuestra fe se vuelve estéril, la bienaventuranza desvirtuada deja de serlo. No hemos de tener miedo de manifestar nuestra fe, ni avergonzarnos de seguir a Jesús. Es absurdo sentir miedo o avergonzarse de ser feliz. Pero somos felices y bienaventurados, porque hemos conocido a Jesús y lo seguimos. Y ello se traduce en obras buenas a favor de nuestros hermanos, y por las que ellos mismos dan gloria a Dios y, de este modo, empiezan también a participar de esa felicidad a la que todos están llamados, y a la que nosotros, por nuestras buenas obras, les estamos invitando.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA
 

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