jueves, 25 de mayo de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 17,20-26


Evangelio según San Juan 17,20-26
Jesús levantó los ojos al cielo y oró diciendo:

"Padre santo, no ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí.

Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.

Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno

-yo en ellos y tú en mí- para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que yo los amé cómo tú me amaste.

Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo.

Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te conocí, y ellos reconocieron que tú me enviaste.

Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo también esté en ellos".


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos y amigas:

Jerusalén, Atenas y Roma eran tres ciudades-símbolo en tiempos de Pablo. Jerusalén representaba la ciudad santa del judaísmo y el lugar en el que sucedieron los acontecimientos centrales de la vida de Jesús. Esto es particularmente importante en la teología del autor de los Hechos. Atenas simbolizaba la sabiduría. Roma era el centro del imperio.

Pablo ha dado testimonio de Jesús en Jerusalén y en Atenas. Lo ha presentado en los círculos religiosos y culturales. Le queda presentarlo en el centro político: Lo mismo que has dado testimonio a favor mío en Jerusalén, tienes que darlo en Roma. Como veremos más adelante, Roma será testigo de la palabra elocuente del Pablo maduro, pero será, sobre todo, el escenario de su prisión y de su muerte. Pablo será ajusticiado en la ciudad donde reside el mismo poder que ajustició a Jesús. A la hora de la muerte, se da, pues, una íntima vinculación entre Maestro y discípulo.

Uno de los acentos del testamento de Jesús es su oración por la unidad. Las palabras Que todos sean uno se han convertido en un lema que ilumina muchas realidades cristianas, pero, sobre todo, en las últimas décadas, la causa ecuménica. Y se ha vinculado la unidad de la comunidad de Jesús con la credibilidad de su mensaje: Para que el mundo crea que tú me has enviado. No hay mucho que decir sobre esta vinculación. Salta a la vista.

¿De qué unidad habla Jesús? ¿De la que se logra a base de interminables diálogos, acuerdos, tratados? Este es el significado que suele tener el término “unidad” en perspectiva política. ¿Cómo se ha ido construyendo, por ejemplo, la Unión Europea? Pues a través de un largo proceso negociador en el que todos ceden un poco, pero en el que los más fuertes tienden a imponer su criterio a los más débiles. Creo, sin embargo, que la unidad que Jesús pide al Padre es de naturaleza pascual. Se logra cuando uno muere para que el otro viva. No es un gesto de rendición o de debilidad sino de fe en el don de Dios. Lo nuevo sólo adviene cuando lo viejo es crucificado y sepultado.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA
 

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