jueves, 23 de noviembre de 2023

COMPRENDIENDO LA PALABRA

“Jesús lloró por la ciudad” (Lc 19,41)

Nuestra alma está destinada a pasar su eternidad en el seno de Dios. Mis hermanos, digamos todo en unas palabras: nuestra alma es tan grande, tan preciosa, que sólo Dios la supera. (…) Según esto, mis hermanos, piensen si tenemos que asombrarnos cuando Dios llora amargamente la pérdida de un alma. Además, los dejo reflexionar sobre el cuidado que tenemos que tener para conservar todas las bellezas del alma. (…)

Tres cosas son capaces de hacernos llorar. Sólo una es capaz de meritar nuestras lágrimas: cuando lloramos nuestros pecados o los de nuestros hermanos. (…) Es decir, llorar la muerte espiritual del alma, el alejamiento de Dios, el perder el cielo. “¡Oh preciosas lágrimas, raras y escasas son!” ¿Por qué esto, mis hermanos? ¿No es porque ustedes no se dan cuenta de la enormidad de su desdicha, en el tiempo y la eternidad? (…)

¡Lástima! Mis hermanos, es el temor de esta pérdida que ha despoblado el mundo, para llenar de cristianos los desiertos y los monasterios. Ellos comprendían mejor que nosotros que si perdemos nuestra alma, todo está perdido. Ella debe tener un alto precio, para que al mismo Dios le importe tanto. Si, mis hermanos, ¡los santos han sufrido mucho para poder guardar su alma para el cielo!



San Juan María Vianney (1786-1859)
presbítero, párroco de Ars
Sermón para el 9º domingo después de Pentecostés (Sermons de Saint Jean Baptiste Marie Vianney, Curé d'Ars, II, Ste Jeanne d'Arc, 1982), trad. sc©evangelizo.org

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