¡Soy un pobre, un mendigo, pero Dios es mi sostén!
“Que el débil no retroceda lleno de confusión, que el pobre y el oprimido alaben tu Nombre” (Sal 74(73),21). ¿Qué pobreza es más grande o más santa, que la de un hombre que se sabe desprovisto de todo medio y de toda fuerza? La ayuda que necesita cada día la solicita a la bondad de los otros. Ve que su vida y su ser se sostienen cada instante por la divina asistencia y se proclama, con justicia, un verdadero mendigo del Señor. Grita hacia él cada día, con voz suplicante: “Soy un pobre, un mendigo, pero Dios es mi sostén” Por eso, Dios mismo lo aclarará con su luz, para hacerlo subir a la ciencia multiforme de su Ser. Se saciará con la visión de los misterios más sublimes y escondidos, según dice el profeta “Los altos peñascos son para las cabras, y en las rocas se refugian los erizos” (Sal 104(103),18).
Este texto conviene a la idea que expresamos. El que persevere en la inocencia y la sencillez, no molesta, ni es una carga para nadie. Contento de su sencillez, sólo desea un abrigo que lo preserve de convertirse en la presa de sus enemigos. Se transformó en una especie de erizo espiritual, que encuentra asilo y protección bajo la piedra de la que habla el Evangelio. Protegido por el recuerdo de la pasión del Señor y la oración incesante (…), escapa a los ataques del enemigo. El libro de los Proverbios habla de los damanes que, como los erizos espirituales, se protegen en las rocas: “Los damanes, pueblo sin poder, que instalan sus casas en la roca” (Prov 30,26). Porque, ¿hay de menos fuerte que un cristiano y de más débil que un monje?
San Juan Casiano (c. 360-435)
fundador de la Abadía de Marsella
Conferencias, VIII-XVII, Sobre la oración, X (SC 54, Conférences VIII- XVII, Cerf, 1958), trad. sc©evangelizo.org
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