martes, 14 de noviembre de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 17,7-10


Evangelio según San Lucas 17,7-10
El Señor dijo:

«Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: 'Ven pronto y siéntate a la mesa'?

¿No le dirá más bien: 'Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después'?

¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó?

Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: 'Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber'.»


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos hermanos:

En algunas agrupaciones de amigos, y también en comunidades o grupos cristianos, existe el denominado “amigo invisible”. Es aquella persona que cumple incluso cometidos que no le corresponden, que hace pequeños o grandes servicios de los que casi nadie se va a enterar, o al menos no van a saber quién los ha hecho. Tales personas no presumen, pues saben que lo suyo es el servicio, como lo fue en el caso de Jesús. Por otra parte, el servicio a los hermanos es ya un privilegio, y por tanto no una carga ni una hazaña propia de la que uno mismo pueda gloriarse. En ese campo generalmente nos quedamos cortos: S. Pablo decía que en el ámbito del amor fraterno estamos siempre en deuda (cf. Rm 13,8).

Son inquietantes algunas tendencias en la Iglesia actual que me parece que van en dirección errónea. Frente al evangélico “amigo invisible” hay ciertos colectivos (prefiero no nombrar) muy empeñados en que se les dé “visibilidad”. Se trata de que no sean ignorados, que se sepa que están ahí, que sean debidamente valorados… Hoy Jesús nos deja claro que ese no es el camino. El que se sabe “siervo inútil” prefiere que su obra no se vea, porque considera que será defectuosa, y que no tendrá mucho de que presumir.

La búsqueda de “visibilidad” es admisible cuando se hace por otros, como signo de reconocimiento, de que apreciamos su valía, su persona. En cambio la búsqueda personal del propio aplauso, o la “reclamación” de un reconocimiento, acaba con la gratuidad evangélica, elimina el gozo de servir, y… como dice el refrán castellano, “alabanza en propia boca envilece”.

Es probable que en la Iglesia naciente no hayan estado ausentes algunas de estas “pretensiones”. Y los dirigentes de comunidades tuvieron que recordar a sus fieles ciertas sentencias de Jesús que sirviesen de correctivo. Él criticó duramente a los dirigentes religiosos judíos que buscaban puestos destacados en las sinagogas y saludos honoríficos por las calles (Mt 23,6s). En contraposición, Jesús prohíbe a los suyos la búsqueda de títulos, siendo conscientes de que deben situarse siempre en relación fraterna, de iguales, por ser todos hijos de un solo Padre y discípulos, ¡por siempre!, de un único Maestro.

Jesús enseñó a los suyos a no presumir de buenas obras, a que “no supiese su izquierda lo que hacía su derecha” (Mt 6,3). Él, según explica de manera aguda y casi humorística algún profesor de NT, es el Señor, lleva puesto el manto real, pero debajo del mismo lleva oculta, ceñida, la toalla de secar los pies a los discípulos (Jn 13,5.12). Jesús es el Maestro y Señor que ha asumido el papel de “siervo invisible”, ceñido para siempre con una toalla que nadie ve.

Nuestro hermano
Severiano Blanco cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA
 

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