Nuestras murallas de temores, prejuicios y odios deben ir desapareciendo poco a poco para poder liberarnos de la cerrazón que nos impide abrirnos a un nuevo conocimiento de lo infinito y de los demás.
Pero el camino que conduce a la humildad, la paz y la justicia conlleva un largo y arduo combate, como lo expresa con toda claridad el patriarca Atenágoras de Constantinopla en su poema "Estoy desarmado":
«Hay que librar la guerra más dura,que es la guerra contra uno mismo.Hay que llegar a desarmarse.Yo he librado esta guerra durante años.Ha sido terrible.Pero ahora estoy desarmado.
Ya no tengo miedo a nada,ya que el Amor destruye el miedo.Estoy desarmadode la voluntad de tener razón,de justificarme descalificando a los demás.No estoy en guardia,celosamente crispado sobre mis riquezas.
Acojo y comparto.No me aferro a mis ideas ni a mis proyectos.Si me presentan otros mejores,o ni siquiera mejores, sino buenos,los acepto sin pesar.He renunciado a hacer comparaciones.
Lo que es bueno, verdadero, real,para mí siempre es lo mejor.Por eso ya no tengo miedo.Cuando ya no se tiene nada,ya no se tiene miedo.
Si nos desarmamos, si nos desapegamos,si nos abrimos al hombre-Diosque hace nuevas todas las cosas,Él, entonces, borra el pasado maloy nos da un tiempo nuevoen el que todo es posible.
¡Es la Paz!». (*)
Ese camino hacia la emergencia de nuestra persona más profunda, con sentido de quiénes somos y de nuestra misión, es un largo camino. Es la historia de una vida, que suele implicar muchas batallas. ¡Todos debemos trabajar en ello!
En la parábola del grano de trigo, Jesús nos muestra cómo nuestras compulsiones sicológicas deberán morir para que, llegado el momento, podamos vivir plenamente dando mucho fruto. (**)
Necesitamos tiempo, el trabajo de la gracia y la ayuda de personas sabias para hacernos los suficientemente humildes y resultar transformados, para convertirnos en morada para el amor y para el Infinito, y que las aguas vivas del amor y la compasión broten del centro de nuestro ser. Necesitamos todos ser purificados para ser, como escribió Etty Hillesum en su diario, «un bálsamo que alivie tantas heridas». (***)
Esta purificación no puede ser obra nuestra, fruto de nuestra voluntad y de nuestro esfuerzo. Es algo más profundo. Llega cuando acogemos ciertos acontecimientos que podrían herirnos o quebrarnos; cuando recibimos la ayuda de hombres y mujeres sabios, y es perfeccionada por un don de Dios que nos conduce hacia la vida en plenitud y hacia la libertad. El camino hacia la paz y la esperanza es preparado por una familia unida y abierta, por el arraigo en una cultura, una fe y una comunidad que nos ofrezcan seguridad, que nos formen y nos preparen para seguir avanzando, que despierten y refuercen nuestra conciencia personal y nos ayuden a descubrir quiénes somos.
Necesitamos modelos, un padre y una madre espirituales, que sean sabios y libres y nos llamen a crecer en libertad, sabiduría y compasión y a abrirnos a quienes son diferentes. Nos tocará vivir acontecimientos imprevistos, duelos, sufrimientos, accidentes, fracasos, alegrías, éxitos y encuentros inesperados. Y se nos llama a vivir plenamente cada uno de estos acontecimientos de acuerdo con nuestra conciencia, sin dejarnos anegar por la vida ni ahogar por la tristeza de las desgracias.
Yo sé lo mucho que debo purificarme aún. Habiéndome confrontado a gente que me cuestiona o cuya angustia y comportamiento perturbado dispara la angustia en mí, he palpado la ira y la violencia que me habitan.
Existen todavía en mi barreras y temores que me impiden estar abierto y ser compasivo con ciertas personas. Cuando me siento perdido, me vuelvo hacia esos profetas de paz, anónimos y desconocidos, que siembran semillas de paz en nuestro mundo.
Ellos recorrieron ese largo camino hacia la aceptación de sí mismos y la purificación, reconociendo lo que es sagrado y universal.pienso en aquellos que alimentan la esperanza y el amor en sus corazones, que encuentran la paz y la comparten en pequeñas comunidades a través del mundo, y recuerdo que cada uno de nosotros puede cambiar; que personas como tú y como yo pueden, ante el aislamiento, la angustia, el terror y la violencia, liberar una oleada de amor capaz de cambiar el mundo.
(*) Patriarca Atenágoras; cf. Revue Tychique, n. 136, noviembre de 1998.
(**) Muchos empezaron a seguir a Jesús después de que resucitó a Lázaro, pero también muchos se convirtieron en sus enemigos. La hostilidad aumentaba entre la gente, pero Jesús los llamaba a la paz y a la fraternidad: "Os aseguro que, si el grano de trigo caído en tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto." (Jn 12,24).
(***) Lebau, Paul, Etty Hillesum, Un itinerario espiritual. Amsterdam 1941 - Auschwitz 1943, Sal Terrae, Santander, 2004.
Vanier, Jean, Busca la Paz, Sal Terrae, Santander, 2006, p. 62.
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