viernes, 4 de agosto de 2017

Espontaneidad y manifestaciones de los DONES CARISMÁTICOS








III. NO FAVORECER SUFICIENTEMENTE LA ESPONTANEIDAD Y LAS MANIFESTACIONES DE LOS DONES DEL ESPÍRITU 
Testimonio

"En 1968, mientras completaba mis estudios de post-grado en filosofía en la Universidad de Fordham, tenía mi habitación en una residencia para los jesuitas que estudiaban en la Universidad. Una mañana de primavera el Padre Jim Powers, S. J., de la Provincia jesuita de New England, coincidió conmigo en el desayuno. Había estado ausente por varios días. Me dijo que había asistido a una conferencia nacional de los pentecostales católicos. Yo había leído sobre el movimiento pero no tenía experiencia personal del mismo. Me extrañó que Jim estuviera envuelto en tal cosa, porque me parecía ser el hombre más equilibrado. Yo simpatizaba cautelosamente con el movimiento, pero tendía a asociarlo con tipos más emocionales que Jim. Le rogué que me contara más respecto de sus experiencias con el Pentecostalismo Católico. Mientras él hablaba, yo me sentía interiormente afectado. Después del desayuno tuve la impresión de ser casi arrastrado hacia la capilla. Allí me senté para orar. Siguiendo las indicaciones de Jim que podíamos preparar el camino al Señor para recibir de El, el don de lenguas, comencé a repetir para mí tranquilamente "la, la, la, la". Inmensamente consternado, noté que pronto siguió un rápido movimiento de la lengua y de los labios, acompañado de un tremendo sentimiento de interna devoción. Ahora puedo volver sobre esta experiencia y verla como el punto en que mi propia vida espiritual, en su desarrollo, dio un giro radical. Yo había sido fiel anteriormente a la oración, pero era seca y formulística. Desde aquel día, he sentido una creciente necesidad de orar y un profundo deseo de orar por los demás". (Tomado de Pentecostalism, A Theological Viewpoint, by D. Gelpi, S. J., Paulist press, New York, 1971, 1-2).
Evidentemente, en este aspecto, que tiene su puesto principal dentro de las reuniones de oración, se puede ir de un extremo a otro. En ello, como en todo, se ha de buscar el difícil equilibrio: lo preciso, lo justo, lo que da una discreta razón y, sobre todo, el discernimiento del Espíritu.
Nos referimos a la multiplicidad de carismas y dones que el Espíritu Santo puede y quiere suscitar entre los que El ha elegido para "edificación" de la Iglesia.
Es probable la búsqueda ansiosa de los dones del Señor. Lo es, más aún, darles la primacía sobre la "docilidad al Espíritu", su obra interna y la transformación de nosotros en Cristo. Pero también hay quienes se preocupan demasiado y se angustian por los peligros.
Una cosa es la discreta vigilancia, una previsión inteligente de ellos y aun la fraterna corrección a quienes indiscretamente usan los dones; otra, muy distinta, es reprimirlos y extinguirlos por temor".
Si realmente han nacido del Espíritu no es para que los agraciados con sus dones los tengan "soterrados", como hizo con el talento el siervo perezoso (Mt 25,24-30).
Dados para "edificar la Iglesia de Cristo", no usarlos discretamente por la razón que fuere, es privarla de un gran bien.
El miedo infundado, no el sensato alerta, impide no sólo lo debido, sino el acrecentamiento y desarrollo que normalmente se seguirá. Y aun puede cerrar la puerta a la concreción de otros nuevos. Siempre será actual el dicho paulino: "Examinad todo, haced el conveniente discernimiento y quedaos con lo bueno (1 Tes 5,21).

1. Algunos puntos doctrinales
Recordemos ciertos puntos doctrinales. Nos darán el verdadero sentido de los "carismas" del Espíritu y nos ayudarán a apreciarlos, desearlos, pedirlos y cultivarlos en su justa medida, según la voluntad de Dios.

Exposición abreviada de su fin
Suponemos conocida de nuestros lectores la finalidad de los carismas. La definición de Muhlen más general, se completa con la de Rahner, más particular: Los carismas (en sentido amplio) son "una aptitud general, en la medida en que es liberada por el Espíritu, y aceptada para la edificación y el crecimiento del cuerpo de Cristo o del mundo".
"En el Antiguo Testamento y en la actual terminología, designan, cuando se emplea en plural, los efectos del Espíritu de Dios en el creyente que nunca pueden ser exigidos por el hombre, ni pueden ser previstos por los órganos oficiales de la Iglesia, ni pueden alcanzarse por la recepción de los sacramentos; aunque siempre y en cualquier lugar de la tierra, pueden conjeturarse o presumirse, puesto que pertenecen a la esencia necesaria y permanente de la Iglesia, de la misma manera que la jerarquía y los sacramentos. Los carismas, en contraposición a las virtudes, apuntan a hacer visible y creíble la Iglesia como pueblo santo de Dios y así son un complemento del ministerio eclesiástico en su función propia".
Las consecuencias que de ambas descripciones de los carismas se deducen, son sumamente importantes.


2. Consecuencias
—La primera consecuencia es que el Espíritu Santo, el Espíritu de Cristo, se manifiesta, está presente en los carismas. Son "Signos de la presencia del Espíritu de Cristo". 

Aunque el Espíritu Santo es "un don de Sí mismo", el don por excelencia, la fuente, origen y dador de todo carisma, la importancia, el valor y el aprecio de sus dones han de ser altamente considerados por todo cristiano. Se trata de realidades que nos descubren una presencia real de alguien que está detrás y por encima de ellos, infundiéndolos, haciéndolos crecer e impulsando a usarlos rectamente. 

Remontándonos a la causa última y suprema de su existencia, nos hallamos ante "signos manifestativos del amor de Dios, que se ha difundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo" (Rom 5,5). Es un amor de pura benevolencia del Padre que los concede en Cristo, por el Espíritu Santo, con una finalidad eminentemente "misionera y salvífica" por eso el cristiano debe servir al plan de salvación de Dios "con la fuerza de los dones del Espíritu que le son concedidos".



—La segunda consecuencia es una "derivación" de la precedente; si se trata de realidades con valor fundamentalmente salvífico, es obvio que el cristiano los desee, los pida humildemente y los use conforme a la voluntad del Padre, que los concede con una finalidad determinada. Así coopera al designio de salvación sobre los hombres. Cuanto se refiera a la propia estima, prestigio, exhibicionismo, influencia,... queda radicalmente excluido. Indicaría "una especie" de robo sagrado, una "prostitución" de lo que por su misma naturaleza y por la intención del donante, se orienta definitivamente a la construcción en el amor, en la unidad, de la Iglesia de Cristo. 

Ellos capacitan para emprender diversas tareas que tienden a constituir y renovar a la Iglesia; consideramos que no es vana esta repetición: es demasiado serio lo que está en juego para que los cristianos se permitan usarlos sin discreción o, más grave aún, con la intención velada de glorificarse o prestigiarse con ellos. 

—La tercera consecuencia parece, igualmente, obvia: nos hallamos ante realidades delicadas, expuestas a desviaciones, interpretaciones equívocas o torcidas; a influjos inadvertidos de nuestros profundos anhelos que parten del subconsciente y pueden pasar desapercibidos. Por eso, se hace totalmente indispensable el discernimiento. 

No hemos de vivir en angustia: la paz del Señor, y la discreta vigilancia, nos ayudarán a usarlos en el tiempo preciso y en el modo humano y divinamente fiel a la intención del Espíritu. 

Lo importante es evitar el extremo opuesto, la "carisma- nía" o deseo inmoderado de carismas. Ambos son igualmente reprobables. Si debemos desechar toda ambición, eliminar todo uso indiscreto, es también inadmisible dejarse "traumatizar" por el temor o ser inhibidos por el miedo de un empleo dañino y destructor de nuestra vida espiritual y de la ajena. 

Es preciso contar con nuestra sana comprensión de los "carismas", con la propia "discreción" y la de nuestros hermanos, con la ayuda, que llegará si somos fieles al espíritu, de quien es el Dador. 

—La cuarta consecuencia, demasiado simple, pero fundamental: se impone antes de todo, un juicio. Conocer con cierta profundidad, si es posible, qué son las carismas y las particularidades de cada uno. 

Por citar un ejemplo: son no pocos los incrédulos, los que "minusvaloran", hasta desprecian el controvertido "don de lenguas". 

Cuando se les invita a explicar qué entienden por tal don, llega uno a asombrase de la ignorancia, de la ligereza con que hablan de una realidad hoy tan estudiada, desde todos los ángulos posibles, por especialistas, y tan frecuente entre los carismáticos. ¿No sería más prudente dejarse instruir, sin prejuicios, por personas competentes en la materia, antes de emitir un juicio que puede descubrir reparos, mala o deficiente formación? 

Si los carismas, en frase de K. Rahner, pertenecen a la esencia de la Iglesia, no tenemos que maravillarnos de que en nuestros días también se den. El mismo Vaticano II ha tomado posición respecto de ellos y no es, por cierto, negativa. 

Se impone, por lo tanto, que los pastores y los fieles conozcan en profundidad este acontecimiento moderno, mejor dicho, tan antiguo como la misma Iglesia, pero hoy afortunadamente reencontrado. Se debe conocer el pensamiento de Juan XXIII que tan sincera e intensamente pedía un nuevo Pentecostés con todas sus felices consecuencias; enterarse del modo, como "automáticamente", puede crecerse en ellos; saber los criterios de discernimiento de los dones y el uso "discreto" de los mismos. 

Ni juicios preconcebidos, ni ilusionados; ni "todo lo bueno", ni "todo está erizado de peligros y por lo tanto, debe ser evitado"; ni vivir en angustia, ni infantilismos de que siempre acertaremos en el uso debido; ni cerrazón, ni apertura indiscriminada a cuanto parezca ser del Espíritu, sin previo discernimiento. Hemos de caminar hacia el equilibrio en el conocimiento, en el juicio, en el uso. Podemos faltar tanto por el ansia de dones o búsqueda desmedida de los carismas, como por "no favorecer suficientemente la espontaneidad de los dones del Espíritu". 

—La quinta consecuencia tiene una gran importancia: los carismas, en un grupo maduro de oración, que cuenta con una dirección experta, han de convertirse en elementos normales del grupo. 

Si el círculo de oración ha madurado en la alabanza y los carismas no aparecen suficientemente, habría que indagar los obstáculos que impiden una sana y frecuente manifestación. 

Parece bastante garantizada esta afirmación: no todos los carismas se dan en la misma abundancia. El de lenguas suele ser prodigado por el Espíritu si las personas no ponen obstáculo. Hay quienes positivamente lo rechazan por diversas razones. Pero, aún en la hipótesis de no existir tal impedimento, es discutible si todos serían agraciados con él. El carisma de profecía no es, ni mucho menos, tan frecuente. 

Otra pedagogía y normas hay que tener con los grupos incipientes. Deben aprender a poner las cosas en su sitio; a conocer cuál es lo insustituible; qué puesto tiene la acción de Espíritu y qué cooperación pide de nosotros. Tener prisa por tocar el tema, más aún, presionar para que se manifiesten es una dañina pedagogía. 

Pero en los grupos de oración ya maduros, debemos ser discretamente atrevidos en nuestra fe para que el Señor se prodigue de modos diversos, por el nombre de Jesús. San Pablo nos anima a ello, con tal de que en todo se guarden el decoro y el orden y, añadiríamos, se posea el don precioso del discernimiento (1 Cor Ce. 12-14) 

Sexta consecuencia favorecer la espontaneidad y las manifestaciones de los carismas, indudablemente, es tarea delicada. Aunque sea el Espíritu Santo quien los concede, los desarrolla y suscita su uso, hemos de saber colaborar con El; ni obstaculizar su obra en cualquiera de los tres aspectos, ni mostrarnos tibios sino favorecerla. ¿Cómo podemos hacerlo? 

Queremos añadir que esta colaboración debe ser en un triple nivel: a) nivel individual, b) nivel de todo el grupo de oración, c) nivel de los líderes o servidores. Cada uno de estos diversos colaboradores del Espíritu desempeña su propio papel. Deben, por lo tanto, conocer los medios y el modo de realizarlo con la discreción humana, la humildad y la confianza en el Señor sin las cuales toda actividad del hombre queda estéril.

Respecto a los dirigentes, es necesario insistir en que una de sus tareas fundamentales es, precisamente, ésa: no debe permitirse ignorar cuanto los capacita humana y divinamente para colaborar en el Espíritu en una misión que redundará en bien o en mal de los sujetos particulares, del grupo como tal, de la Iglesia para cuya edificación se nos otorgan. Si los caris- mas se dan para "construir" la comunidad, su ausencia conducirá al estancamiento y al paulatino empobrecimiento del grupo. 

Dar normas concretas no resulta fácil. Lo más útil es consignar orientaciones que puedan abarcar las diversas situaciones de las personas y de los grupos. Es, pues, muy importante echar mano de una prudente flexibilidad en su empleo, del conocimiento de lo que parezcan permitir las personas concretas y los grupos; sobre todo, hallarse sumergidos en la unión del Espíritu para saber discernir el tiempo, la oportunidad, el modo..., no apresurarse ni retrasarse; no insistir imprudentemente ni, por el contrario, descuidarse; no contentarse con poco, ni ambicionar lo más y lo mejor ya desde los mismos comienzos. El mismo San Pablo, en los capítulos 12 al 14 de la Primera Carta a los Corintios, nos da las normas sabias, válidas para nuestros grupos; veámoslas en comentarios de toda garantía para una interpretación orientadora. 

Entre las disposiciones envidiables del líder se destaca la de hallarse "sensibilizado" a la acción del Espíritu Santo de modo que, percibidas sus iluminaciones y mociones, una su actividad a la del que actúa principalmente. 

3. Apreciación personal 

Terminamos este apartado con una observación que puede prevenir desvíos o ayudar a eliminar desorientaciones y usos indebidos de los carismas. No olvidemos -y lo decimos sin asomo de alarmismo- que se trata de una realidad eclesial maravillosa pero igualmente seria. Comprometerá o beneficiará al pueblo de Dios y, consiguientemente, a la Renovación, nacida en la Iglesia y para la Iglesia. 

Estamos siendo protagonistas de una imprevisible renovación en lo más profundo de ella. No es otra cosa, en expresión del Vaticano II, que "la fidelidad a su ser y a su vida". 

Pues bien, la información y experiencia dicen que la mayor parte de los grupos carismáticos de oración maduran progresivamente en el uso correcto de los carismas. Las faltas de tino y de equilibrio van desapareciendo a medida que se instruyen convenientemente y el Espíritu Santo tiene campo abierto para actuar. No olvidemos esta verdad cuando de algún modo tenemos la responsabilidad de cooperar a que los carismas se susciten: ni debemos ni está en nuestra mano señalar la hora al Espíritu; ni retrasar o adelantar su aparición; ni designar a éste o aquél como los más indicados para ser depositarios de sus dones y más equilibrados para usarlos. 

Nos parece, como feliz progreso, que la búsqueda ansiosa de carismas y la experiencia de lo "maravilloso" van cediendo terreno al deseo de encontrarse con el Señor, a un sincero y profundo anhelo de conformar la vida con la de Cristo y de entregarse en humildad y sacrificio a los demás. El Espíritu Santo y la docilidad a su acción, el seguimiento de Jesús, la instauración de una comunidad de amor, preocupan, serena pero seriamente, a la inmensa mayoría de los carismáticos. Y, afortunadamente, en muchos grupos de oración ha pasado a ser más que una sana y profunda preocupación. Comienza a ser una viva realidad que no pocos, cuando ven con ojos claros desde fuera, comienzan a envidiar. Empieza a repetirse, en expresión exacta, delicada y varonil a la vez, la exclamación asombrada de los primeros tiempos de la Iglesia: "Mirad cómo se aman entre sí y con qué solicitud y sacrificio se ayudan". Hemos vivido, y pensamos que cada día será una realidad más rica, lo que en nuestro mundo minado por el odio y la indiferencia parecía imposible. Es un indicio de que 

la gracia del Señor puede abrirse paso a través de la selva más tupida de maldad y obrar maravillas por su Espíritu. 

Ante hechos innegables, podemos afirmar que la Renovación, fundamentalmente, camina bien orientada hacia el Señor, hacia la vivencia del cristianismo auténtico. Los caris- mas, sin dejar de ser estimados, pedidos y usados, pasan a ocupar el sitio que les corresponde: "signos de la presencia del Espíritu de Cristo, signos manifestativos del amor de Dios, manifestaciones de amor misionero y salvífico' de Dios y los hombres". 

Por lo tanto, aun en toda su excelencia y necesidad, no pueden suplantar el Don supremo, es decir, el Espíritu en su más genuina manifestación: la caridad (1 Cor c. 13). Más aún, los carismas se ordenan fundamentalmente a la caridad, y en un sincero y denso clima de amor cristiano es donde se han de usar discretamente, con miras a la "edificación del Cuerpo de Cristo". 

4. Desvelando y previniendo abusos 

A pesar de esta visión, sanamente optimista y real, hallaremos, más de una vez, personas que dicen pertenecer a la Renovación; dotadas quizás de auténticos carismas, pero actuando fuera de toda norma y medida. Les parece tener "hilo directo" con el Espíritu y verse privilegiadas constantemente, aun en las más insignificantes particularidades de la vida ordinaria, con claras y profundas iluminaciones del Señor. 

Impulsadas por esta persuasión, llenas a veces de buena voluntad se lanzan, por su cuenta y riesgo, a hacer uso de ellos, sin pensar que puedan estar equivocadas o ser juguetes de sus deseos y aun de la astucia del espíritu del mal. 

No se les ocurre consultar, con total disponibilidad y pureza de intención. Si lo hacen, recurren a quienes pudiesen que darán un sí redondo a sus pretensiones o ponen en actividad sus cualidades para persuadir al consultado de sus ideas y de sus planes. Hay una búsqueda exacerbada y enfermiza de sí mismo; no un serio intento de dar con la verdad de Dios y de amoldarse a su voluntad. 

Resulta lamentable presenciar ciertas actuaciones: presión abierta o veladamente, para hacerlos beneficiarios de sus carismas; imponen las manos y oran "por sanación" a quien se les ponga a tiro; "evangelizan", autónomos, sin contar para nada con la anuencia, menos aún con el permiso, del párroco; van de grupo en grupo mostrando que ellos sí tienen los dones del Señor, usando y abusando de los mismos, caso de que llegaran a ser verdaderos. La autoridad, aun del obispo, queda al margen porque son conducidos directamente por el Espíritu. No resulta fácil ni cómodo derribarlos, como a Saulo del caballo. Se hacen impermeables a los consejos sensatos y aun a la gracia. No caen en cuenta de que lo primero que el Espíritu Santo crea en nosotros, si realmente actúa, es la humildad y la obediencia en amor. Con tales personas que -afortunadamente no abundan en la Renovación y terminan por alejarse de ella- se necesita mucho tacto, mucha paciencia y oración para saber actuar sin hacer daño alguno a otros que, demasiado crédulos o influenciables, han caído en la órbita de tales personas. El perjuicio, y aun el escándalo, se acrecientan cuando ocurre con algunos de los servidores. El puesto que ocupan los hace blanco especialmente vulnerable a las miradas de los demás. 

Hemos exagerado de intento, para poner de relieve una realidad que podemos vivir. Nadie debe escandalizarse de que también en la Renovación se encuentren personas que actúen con un evangelio propio. Es fruto de todos los tiempos y climas. Pero una cosa es cierta en esta situación: que la Renovación toma muy en serio no dar lugar a tales espectáculos; que procura remediarlos, lo mejor que puede y que vive el Espíritu y pide ser librada de caer en errores y exageraciones individuales y masivas. Habrá grupos -los menos- que, temporalmente, traspasarán la línea de lo "discreto"; habrá también "carismáticos" aislados que serán un dolor para la Renovación como los hubo en las primitivas comunidades cristianas. No debemos juzgar la Renovación por estos hechos que se esfuman ante la fuerza y la verdad de la obra del Señor en la Iglesia por su medio. Lo sano, lo equilibrado, lo santo es mucho más que lo defectuoso. Y aun esto, tiende a desaparecer, sobre todo, cuando se cuenta con sacerdotes y obispos que animan, alientan, enseñan, guían, amonestan fraternalmente. Y entendemos que debe ser así, no sólo por razón de los dones, sino también por la Renovación como tal y por su importancia para la Iglesia: "El crecimiento de la Renovación a nivel internacional, el incesante compromiso y la participación, cada día mayor, de obispos, muestra que la Renovación no es algo marginal y periférico a la vida de la Iglesia en sentido psicológico. Teológicamente, toca lo que hay de más central en el Evangelio y en el misterio de Cristo". Es el más importante movimiento de renovación (si por tal se ha de tener y no más bien como un "acontecimiento espiritual") en la Iglesia contemporánea. 

Testimonio 

Hacía meses que había recibido el llamado Bautismo en el Espíritu Santo. Me sentía una nueva "criatura". Pero tenía la impresión de que no toda mi persona estaba disponible a la acción del Espíritu. Había oído hablar del "don de lenguas". Le tenía sencillamente pánico. 

Temblaba de que al Señor se le ocurriera fijarse en mí y concedérmelo. Cualquier cosa menos eso. Me parecía ridículo. Y no me encontraba dispuesta a hacerlo delante de los demás, si se hacía presente en una comunidad de oración. Por eso, me inquietaba y vivía un poco de zozobra. Lo rehusaba abiertamente. Y, afortunadamente en mi caso, sucedió algo inusitado. Estaba en oración y de improviso sentí como un apremio a mover mi lengua, el cual fue aumentando y comprendí que el Señor me invitaba a alabarlo en lenguas. Me aterré. Mi primera reacción fue morderme hasta casi sangrar. Salí del apuro por aquella vez, violentamente. Pero Dios no se dio por vencido; una y otra vez, se dejó sentir con los mismos síntomas. Esto me creaba una intranquilidad de conciencia. Me parecía estar segura de que no era cosa mía pero interiormente deseaba alabar al Señor intensamente. Resolví consultar. 

Se me dijo que no opusiera resistencia: ¿Quién era yo para luchar en contra del Señor? Que tomara la actitud de un niño y que me dispusiera a aparecer ante mí como un poco "tonta". Será una impresión pasajera. Obedecí. El don tan tercamente rechazado vino a mí; hoy pienso en mi actitud y casi me avergüenzo. Lo uso con frecuencia, privadamente. Mi alma se enciende en el amor del Señor y aun siento que me ayuda a ser liberada de ciertos complejos. ¡Gloria al Señor!  Teresa, Bolivia.

Del Libro: Las 11 tentaciones del Servidor, p. Benigno Juanes sj

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