« La Jerusalén de arriba es libre; esa es nuestra madre » (Ga 4,26)
No nos debemos felicitar por haber estado en Jerusalén, sino por haber vivido bien en ella. La ciudad que debemos buscar no es la que mató a los profetas y derramado la sangre de Cristo, sino la que pone en alborozo un río impetuoso, la que, construida sobre un monte, no puede quedar escondida, aquella que el apóstol Pablo proclama la madre de los santos y en la que él mismo se alegra de residir juntamente con los justos (Sl 45,5; Mt 5,14; Ga 4,26)... No me atrevería a limitar el poder ilimitado de Dios, a quien el mismo cielo no puede contener, a un lugar determinado o a confinarlo a un pequeño rincón de la tierra. Cada creyente es apreciado según el mérito de su fe y no por el lugar en que habita; y los verdaderos adoradores no tienen necesidad ni de Jerusalén ni de Garizim para adorar al Padre, porque «Dios es espíritu» y sus adoradores deben «adorarlo en esíritu y en verdad» (Jn 4,21-23). Y tambien, «el Espíritu sopla donde quiere» (Jn 3,8) y «del Señor es la tierra y cuanto la llena» (Sl 23,1)...
Los santos lugares de la cruz y la resurrección sólo son útiles a los que llevan su cruz, resucitan con Cristo cada día y dan muestras de ser dignos de habitar en tales sitios. En cuanto a los que dicen «El Templo del Señor, el Templo del Señor, el Templo del Señor» (Jr 7,4), que escuchen esta palabra del apóstol: «Vosotros sois el templo de Dios si el Espíritu de Dios habita en vosotros» (1Co 3,16)...
No creas, pues, que le falta algo a tu fe si no has visto Jerusalén y no creas que yo soy mejor por el hecho de vivir en este lugar. Sino que aquí o donde sea recibirás la recompensa según sean tus obras delante de Dios.
San Jerónimo (347-420)
sacerdote, traductor de la Biblia, doctor de la Iglesia
Carta 58, 2-4 ; PL 22, 580-582
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