El dedo de Dios
El hombre es una mezcla de alma y carne, una carne formada para ser semejante a Dios y modelada por sus dos Manos, es decir, el Hijo y el Espíritu. Es dirigiéndose a ellos que dijo: «Hagamos al hombre» (Gn 1,26)...
Pero ¿cómo podrás un día ser divinizado si todavía no eres hombre? ¿Cómo podrás ser perfecto, siendo así que apenas eres un ser creado? ¿Cómo llegarás a ser inmortal siendo así que no has obedecido a tu Creador en una naturaleza mortal?... Puesto que eres obra de Dios espera pacientemente la Mano de tu Artista que hace todas las cosas a su tiempo oportuno. Preséntale un corazón flexible y dócil y conserva la forma que te ha dado ese Artista, guardando en ti el agua que viene de él y sin la cual, endureciéndote, rechazarás la huella de sus dedos.
Si te dejas formar por él subirás hasta la perfección porqué a través de este arte de Dios el barro que eres quedará escondido; es su Mano la que ha creado tu sustancia... Mas, si endureciéndote, rechazas su arte y te muestras descontento que te haya hecho hombre, por tu ingratitud para con Dios habrás rechazado no solamente su arte sino la misma vida; porque formar es propio de la bondad de Dios y ser formado es propio de la naturaleza del hombre. Pues si tú te entregas a él poniendo en él tu confianza y sumisión, recibirás el beneficio de su arte y serás la obra perfecta de Dios. Si, por el contrario, le resistes y huyes de sus Manos, el culpable de ser inacabado por no haber obedecido, serás tú, y no él.
San Ireneo de Lyon (c. 130-c. 208)
obispo, teólogo y mártir
Contra las herejías IV, Pr 4 ; 39,2
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