El silencio es provechoso porque fuerza al egoísta a reflexionar, a mudar su terror del Bien que teme enfrentar, en terror de su propia condición. Cambia su miedo de la Verdad en miedo de la verdad de su propia disolución. El silencio nos aísla de las multitudes que temen aunar sus miserias. Una civilización infeliz es siempre sociable. La quietud nos arranca de la aprobación equivocada de la masa y de las consignas racionalistas de la muchedumbre. Nada es tan bueno para el alma como un retiro espiritual donde, en la tranquilidad de las oraciones y la contemplación, el alma se vuelve receptiva al nuevo discernimiento y las nuevas energías que vienen directamente de Dios. Se abren ventanas y entra una nueva luz; un fuerte viento de resolución sopla a través del alma, y limpia el polvo que hace tanto tiempo la cubría. En el silencio, despertamos de nuestro sueño. Todas las almas son sonámbulas, con sus ojos cerrados a la vida noble que deberían vivir. Así como el sonámbulo no despierta ante cualquier ruido, pero responderá, a menudo, a su propio nombre cuando lo llaman, así el alma en silencio oye la vocación divina y despierta, porque el Pastor llama a sus ovejas por su nombre.
Fulton Sheen
Del libro “Eleva tu corazón”
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