Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único. (Juan 3, 16)
La buena noticia que se proclamó en la Anunciación y que se hizo realidad concreta en la muerte y la resurrección de Cristo Jesús, es que Dios Padre estuvo dispuesto a sacrificar a su único Hijo para salvarnos de la muerte segura a la que nos llevaban irremediablemente nuestros pecados y maldades. Como lo dice la Escritura: “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.” En efecto, gracias a la muerte y la resurrección de Jesucristo, todo el que crea en él puede experimentar la vida del mundo venidero ahora mismo, en esta vida.
Nos equivocamos si pensamos que hemos recibido la vida nueva nada más para vivir cómodamente o para terminar con los hábitos negativos que tenemos. En realidad, estamos llamados a ser criaturas totalmente nuevas. Dios no quiere que usemos el don divino solo para lograr un progreso personal. Esto sería limitar muchísimo la gloria que el Señor quiere darnos a cada uno y a toda su Iglesia.
Pero si vemos que realmente necesitamos la luz de Cristo, podemos llegar a conocer la magnitud del amor de Dios manifestado en su inagotable misericordia. Este es un amor que se magnifica en nosotros; es como un pequeño arroyo que va creciendo hasta hacerse un caudal ancho y torrentoso. Nuestro Padre quiere que su amor fluya de nosotros para que seamos portadores de su gracia. La condenación cede ante la misericordia y el odio ante la compasión. Tanto quiso el Padre adoptarnos como hijos suyos que entregó a su propio Hijo para salvarnos de la muerte eterna.
A veces quizás nos asalta la impaciencia, cuando vemos que la vida nueva es tan frágil en nosotros, y con frecuencia nos parece que tenemos poca fe, cuando nos comparamos con los personajes de los relatos bíblicos. Sin embargo, el poder de la vida eterna está en nuestro interior, incluso cuando no lo aprovechamos ni vivimos de acuerdo con él. Cuando ponemos decididamente toda nuestra fe en la vida nueva que Cristo ganó para nosotros, recibimos la fuerza necesaria para vivir entregados a Dios, a pesar de las dificultades que encontramos.
“Padre Santo, enséñanos a reconocer que en Cristo tenemos el poder necesario para vivir como cristianos auténticos.”
Hechos 5, 17-26
Salmo 34 (33), 2-9
fuente Devocionario Catòlico La Palabra con nosotros
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