Hoy leemos el relato del conocido y significativo milagro de la multiplicación de los panes y los peces. La multitud se maravillaba cuando veía que Jesús curaba a los enfermos y la gente lo seguía por todas partes. ¿Qué significarían estas señales? ¿Quién era este Jesús? Muchos de los que lo seguían, incluso los discípulos, se sentían confundidos pensando en qué significarían tales cosas.
Jesús sabía que la gente que lo seguía tenía necesidades físicas, y también percibía su honda necesidad espiritual. Por su gran amor y compasión, realizó el milagro de la multiplicación de los panes y los peces como señal de su identidad. La gente, al ver las doce canastas de lo que había sobrado, quería llevarse a Jesús para hacerlo rey.
Jesús no quería ser conocido como hacedor de milagros ni como el líder político enviado a liberar a los judíos de la opresión romana. La multiplicación de los panes y los peces era una señal que demostraba que Jesús era el Hijo de Dios. El Señor quería que esta señal les hiciera ver la inmensidad de su amor, amor que finalmente quedaría ratificado en su muerte en la Cruz.
Cristo desea obrar constantemente en nuestra vida y acercarnos al Padre. Su obra es generosa y rebosante de amor, porque el Señor sabe lo que es mejor para nuestro bienestar espiritual. Y nosotros, ¿cómo le respondemos? ¿Qué esperamos de él? ¿Lo buscamos solo para que satisfaga nuestras necesidades terrenales, o vemos que también desea atender nuestras necesidades espirituales más profundas? ¿Sabemos que él quiere darnos la vida eterna, es decir la vida del mundo venidero? Este milagro de la multiplicación de los panes debería hacernos ver que Jesús es el Salvador y el Señor y que su voluntad para nosotros se proyecta mucho más allá de este mundo físico.
Querido hermano, pídele al Espíritu Santo que te haga conocer personalmente a Cristo hoy y te dé un corazón puro que desee llenarse de él. No limites a Jesús viéndolo solo con ojos terrenales, sino con ojos que anhelan ver al Salvador tal como lo ve todo el cielo.
“Jesús, Señor y Salvador mío, quiero comer tu Cuerpo y beber tu Sangre, alimento verdadero y bebida verdadera, para tener siempre en mí la vida eterna.”
Hechos 5, 34-42
Salmo 27 (26), 1. 4. 13-14
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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