sábado, 15 de agosto de 2020

COMPRENDIENDO LA PALABRA 150820


“¡Levántate, amada mía, y ven!” (Ct 2,10)

¡Él es tu Hijo, oh María! Es él que por ti ha resucitado de los muertos el tercer día y, en la carne, subió a lo más alto de los cielos para llenar todas las cosas. Estás en posesión de tu alegría, oh bienaventurada, has recibido el objeto de tu deseo y tu corona. Él te aporta la soberanía del cielo con la gloria, la realeza del mundo con la misericordia, el dominio sobre el infierno con el poder. Con sentimientos diversos, todas las criaturas responden a tu gloria tan grande e inefable: los ángeles con el honor, los hombres con el amor, los demonios con el temor. Porque eres venerable para el cielo, amable para el mundo, terrible para el infierno.

Alégrate y sé feliz, porque resucitó el que te recibe, que es tu gloria y te exalta. Te has alegrado en su concepción, afligido en su pasión. Nuevamente alégrate, en su resurrección. Nadie te quitará tu alegría, porque Cristo resucitado de entre los muertos no muere más, la muerte no reina más sobre él.

El Espíritu te llama y Dios te dice: “¡Levántate, amada mía, y ven, hermosa mía! Porque ya pasó el invierno, cesaron y se fueron las lluvias. Aparecieron las flores sobre la tierra, llegó el tiempo de las canciones, y se oye en nuestra tierra el arrullo de la tórtola” (Ct 2,10-12). (…) El incensario guarda el incienso y elevado por la mano del Señor, sube hasta el trono de Dios. Sube, rodeado de la escolta de espíritus angélicos que claman en las alturas diciendo: “¿Qué es eso que sube del desierto, como una columna de humo, perfumada de mirra y de incienso y de todos los perfumes exóticos?” (Ct 3,6).



San Amadeo de Lausanne (1108-1159)
monje cisterciense, obispo
Homilía mariana VI, (SC 72, Huit homélies mariales, Paris, Cerf, 1960), trad. sc©evangelizo.org.

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