Precursor en la muerte como en la vida
Ilustre precurso de la gracia y mensajero de la verdad,
Juan Bautista, la antorcha de Cristo,
llega a ser el evangelista de la Luz eterna.
El testimonio profético que no cesó de dar,
en su mensaje, toda su vida y su actividad,
hoy lo signa con su sangre y su martirio.
Siempre había precedido a su Maestro:
Naciendo, había anunciado su venida al mundo.
Bautizando a los penitentes en el Jordán,
había prefigurado a aquél que venía a instituir su bautismo.
Y la muerte de Cristo Redentor, su Salvador,
que dio vida al mundo,
Juan Bautista la vivió también antes,
derramando Su sangre por él, por amor.
Un tirano cruel lo escondió en una prisión y entre hierros,
en Cristo, las cadenas no pueden atar
a aquel a quien un corazón libre abre al Reino.
¿Cómo la oscuridad y las torturas de un oscuro calabozo
podían cambiar la razón de aquel que ve la gloria de Cristo,
y que de él recibe los dones del Espíritu?
Gustosamente ofrece su cabeza a la espada del verdugo;
¿cómo podía perder su cabeza aquel que tiene por Jefe a Cristo?
Es dichoso por acabar hoy su misión de precursor
saliendo de este mundo.
Aquel de quien había dado testimonio viviendo,
Cristo que viene y que está allí,
proclama hoy su muerte.
El país de los muertos
¿podía retener a este mensajero que se le escapa?
Los justos, los profetas y los mártires se gozan,
yendo con él al encuentro del Salvador.
Todos rodean a Juan con su alabanza y su amor.
Con él, suplican desde ahora a Cristo de ir hacia los suyos.
Oh gran precursor del Redentor, no va a tardar el que libera de la muerte para siempre.
¡Conducido por tu Señor, entra, con los santos, en la gloria!
San Beda el Venerable (c. 673-735)
monje benedictino, doctor de la Iglesia
Himno para el martirio de san Juan Bautista; PL 94, 630
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