Evangelio según San Mateo 15,1-2.10-14
Entonces, unos fariseos y escribas de Jerusalén se acercaron a Jesús y le dijeron:
"¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de nuestros antepasados y no se lavan las manos antes de comer?".
Jesús llamó a la multitud y le dijo: "Escuchen y comprendan.
Lo que mancha al hombre no es lo que entra por la boca, sino lo que sale de ella".
Entonces se acercaron los discípulos y le dijeron: "¿Sabes que los fariseos se escandalizaron al oírte hablar así?".
El les respondió: "Toda planta que no haya plantado mi Padre celestial, será arrancada de raíz.
Déjenlos: son ciegos que guían a otros ciegos. Pero si un ciego guía a otro, los dos caerán en un pozo".
RESONAR DE LA PALABRA
Después que sació la gente, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaron a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento les era contrario.
De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo enseguida: "¡Animo, soy yo, no tengáis miedo! Pedro le contestó: "Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua". El le dijo: "Ven". Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: "Señor, sálvame". En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: "¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?
En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él diciendo: "Realmente eres Hijo de Dios". Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Y los hombres de aquel lugar, apenas le reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y trajeron donde él a todos los enfermos. Le pedían tocar siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaron curados.
Queridos hermanos:
Evocando el evangelio de Juan, podemos decir que discípulo es el que escucha, reconoce y sigue la voz del Señor (cf Jn 10). Y todo el itinerario del creyente y de la comunidad cristiana se juega en la escucha, en el reconocimiento y en proseguir, en todos los momentos y circunstancias de la vida, la identificación con la persona y el destino del Maestro.
Espabilar el oído, rastreando las frecuencias desde las que nos llegan llamadas y reclamos diversos en el día a día y desde multitud de fuentes; aprender a discernir, a valorar, a calibrar la visión en la que se sustentan… es básico.
Parémonos un momento para un sencillo ejercicio; contrastar, por ejemplo, esta serie de “llamadas”: compra, disfruta, compite, escala…
deja todo lo que tienes, dáselo a los pobres; anda, haz tú lo mismo…
Hay etapas de la peregrinación de la fe en las que se nos ha hecho familiar el tono inconfundible de la voz de Maestro de Galilea, y el corazón se ensancha y la vida se entrega, y ponemos pasión en todo. Y ese “VEN” inicial sabe a primavera de signos, a cercanía a los pobres, a los últimos. Y -con cierto olfato ya- otras voces se nos tornan engañosas, pura apariencia, y sus reclamos no tienen capacidad de confundirnos, de seducirnos, de sacarnos de la senda del seguimiento.
Pero ¿qué ocurre en el momento de la prueba y del aprieto, cuando no vienen bien dadas en la vida, frente a los nubarrones de la dificultad y la incomprensión? Puede que nos asalten las inseguridades y los miedos; puede que se nos amontonen las dudas… Si los vientos soplan en contra podemos llegar a paralizarnos, sobresaltados por voces fantasmales... Es muy cierto que podemos dejar de hacer pie, e irnos hundiendo…
También ahí, para ti y para mí, como creyentes, para la comunidad cristiana actual -como para aquella a la que se dirige el evangelio de Mateo- se trata de mantenerse en la escucha y reconocer y seguir Su voz.
Y brotará desnuda la súplica y sin adornos la persuasión de fe y sin apoyaturas la apuesta de la confianza: si Tú, Señor, me dices: “¡ven!”, atravieso los miedos. Si Tú me dices: “¡ven!” creo en lo imposible. Si Tú me dices: “¡ven!” camino sobre las aguas de la inseguridad; si Tú me dices: “¡ven!” permanezco aunque los vientos sean contrarios.
El oído de la fe se vuelve más fino cuando atraviesa los miedos y cuando se acrisola en las dificultades. Sí. En las dificultades de hoy, en las tormentas de mañana… no dejará nunca de resonar Su promesa: “¡ánimo, no temáis, soy Yo”. Y el timbre de su voz nos será cada vez más familiar, más connatural: “¡VEN!”. Y nos mantendremos con el oído atento a su insobornable y libre, cierto y real llamamiento, a su “VEN”.
Nuestro hermano.
Juan Carlos, cmf
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