jueves, 1 de abril de 2021

COMPRENDIENDO LA PALABRA 010421


“Sabiendo Jesús que había llegado su hora…, los amó hasta el extremo”

Sed obedientes hasta la muerte, según el ejemplo del Cordero sin mancha que obedeció a su Padre hasta la vergonzosa muerte en la cruz. Él es el camino y la regla que debéis seguir. Tenedle siempre presente ante los ojos de vuestro espíritu. ¡Cuán obediente es este Verbo, la Palabra de Dios! No rechaza llevar el peso de las penas con que su Padre lo ha cargado; al contrario, se lanza a ello animado por un deseo grande. ¿Acaso no es lo que manifiesta en la Cena del Jueves santo cuando dice: “He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros antes de padecer” (Lc 22,15)? Por “comer la comida pascual” entiende cumplir la voluntad del Padre y su deseo. Viendo que ya no le quedaba más tiempo (se daba cuenta de que había llegado su fin, cuando debía sacrificar su cuerpo por nosotros), exulta, se regocija y dice con gozo: “He deseado enormemente”. Esta es la pascua de la que hablaba, la que consistía en darse él mismo como comida, en inmolar su propio cuerpo para obedecer al Padre.

Jesús había celebrado otras pascuas con sus discípulos, pero jamás una como esta, ¡oh indecible, dulce y ardiente caridad! No piensas en tus penas ni en tu muerte ignominiosa; si hubieras pensado en ella no hubieras estado tan exultante, ni la hubieras llamado una pascua. El Verbo ve que es él mismo el que ha sido escogido, el que ha recibido por esposa toda nuestra humanidad. Se le ha pedido darnos su propia sangre para que la voluntad de Dios se cumpla en nosotros, a fin de que sea su sangre la que nos santifica. Esta es la dulce pascua que acepta este Cordero sin mancha, y es con un amor grande y un gran deseo que cumple la voluntad del Padre y realiza su designio. ¡Qué dulce amor indecible!...

Por eso, amados míos, os ruego no dudéis jamás ante cualquier cosa y pongáis toda la confianza en la sangre de Cristo crucificado… Que todo temor servil se aleje de vuestro espíritu. Diréis con san Pablo…: todo lo puedo en Cristo crucificado, puesto que está en mí por deseo y por amor, y me fortalece (cf Fl 4,13; Gal 2,20). ¡Amad, amad, amad! El dulce Cordero, con su sangre, ha hecho de vuestra alma una roca inquebrantable.


Santa Catalina de Siena (1347-1380)
terciaria dominica, doctora de la Iglesia, copatrona de Europa
Carta 129

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