“¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24,32)
¿Cuál es la razón íntima de la fecundidad de la palabra de Dios? Es que Cristo está siempre vivo y él es siempre el Dios que salva y vivifica. (…) Guardando las proporciones, lo verdadero de la persona misma de Jesús, lo es también de su palabra. Lo que era verdad ayer, es verdad hoy todavía.
Cristo vive en el alma del justo, bajo la dirección infalible de este Maestro interior, el alma (…) penetra en la claridad divina. Cristo le da su Espíritu, primer autor de los Sagrados Libros, para que ella penetre “todo, hasta lo más íntimo de Dios” (cf. 1 Cor 2,10). El alma contempla las maravillas de Dios hacia los hombres, mide por la fe las proporciones divinas del misterio de Jesús. Es un espectáculo admirable, con un resplandor que la aclara, ilumina, arrebata, eleva, transporta, transforma. Siente lo que resienten los discípulos de Emaús cuando Cristo Jesús les interpretó los libros santos: “¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24,32).
Nada sorprendente que el alma seducida y conquistada por esta palabra viva que penetra hasta la médula (Heb 4,12), haga suya la oración de los discípulos: “¡Quédate con nosotros (cf. Lc 24,29) Maestro incomparable, luz indefectible, infalible verdad, única verdadera vida de nuestros almas!”. Considerando estos piadosos deseos, “el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rom 8,26). Constituyen la verdadera oración, esos deseos vehementes de poseer Dios, de sólo vivir por la gloria del Padre y de Jesucristo. El amor, grande y ardiente al contacto con Dios, invade todas las potencias del alma, la hace fuerte y generosa para cumplir perfectamente toda la voluntad del Padre, para librarse enteramente a la complacencia divina.
Beato Columba Marmion (1858-1923)
abad
La oración monástica (Le Christ Idéal du Moine, DDB, 1936), trad. sc©evangelizo.org
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